Francisco Andrés Escobar: «Aquello» (cuento)

Un cuento inédito de un escritor salvadoreño que asumía las estrategias humorísticas y los métodos lingüísticos del cuento costumbrista para explorar temas actuales.

Francisco Andrés Escobar
La Zebra | #18 | Junio 1, 2017

—Te doy cinco bolas, si hacemos aquello

—…

—Diez, entonces; pero te ponés así, ve.

—…

—Vaya: quince; pero vámonos allá, debajo del puente. Y apurate, no vaya a ser que venga tu madrina.

Y llegados al lugar, empezaba el rito de aquello:

—Primero, quitate eso.

—…

—Ahora, esto.

—…

—Hoy, esto otro.

—…

—No. Todito.

—…

—¡Ijjjjjj, cosita linda! Topáteme aquí.

Y volaba un enjambre de estiradas y retorcidas, de mojadas y secadas, de ¡aahhhes! y ¡mmmmes!

Cuando, pasados los espasmos, debía dar la paga: que “fijate que no me alcanza”; que “yo creía que traía”; que “quizás se me cayó la cartera”; que “sólo esto ando en la bolsa”; que “mejor te voy a pasar a dejar el pisto a la casa”; que “no me saqués a mi madre, si no querés que te dé tu vergazo”; que “cométela vos, que te digo que te la hartés con la mano izquierda, para que no se te pierda”; que “para qué sos maje”; que “mejor nos vemos otro día, no vaya a ser que te desmostole el hocico de una sola trompada”.

Y creció así: haciendo aquello a todas aquellas que daban aquello por ganar de aquello. Y todas quedaban sin aquello, ¡y sin aquello! Y fueron pasando los años.

Cuando arribó a la cuarentena, era un erotómano impenitente. Había probado de todo. Más bien… de casi todo, porque de aquello otro se había abstenido: por aquello de la decencia, de la autoestima, de la imagen, y porque la tía Nemesia le había herrado el alma con un mandato de proporciones bíblicas:

—¡No hay que dar ni dejarse dar por donde no es!

Así que aquello siempre estuvo vedado. Pero todos los nuncas se llegan, dicen.

Esa noche andaba ebrio y en apremios carnales. Así que cuando aquel cuerpazo se le cruzó por la esquina, voló a ofrecer: “Esto (y abrió la billetera) por aquello”. El cuerpazo no abrió nada, pero dejó ver que podría abrir, dejar ver, dejar tocar y dejar gustar aquello, más tarde. Se empensionaron.

Cuando bajo el foco rojo de la habitación ratonil se dio cuenta de que aquello no era aquello a lo que estaba habituado, la adrenalina se le fue al alza: por miedo, por rabia, o por curiosidad. Por miedo, porque aquello que nunca le había pasado, hoy le podía pasar: el cuerpazo era de los que dominan, no de los que se someten. Por rabia, porque mire usté qué pendejo que he sido; que yo no sé cómo no me fijé que aquello no era aquello que yo esperaba. Por curiosidad, porque aquello que no se sabe cuándo no se ha probado aquello, mueve, empuja, impele. Así que… Cuando fue de mañana, la habitación estaba en penumbras y él estaba solo. Encendió el bombillo. Se miró. Se tanteó. Se tentó. Se palpó. Se volvió a tentar. Aquello estaba bien. No había pasado aquello.

Cuando dejó la pensión, el guarda le dijo con sorna:

—Bernabé Potrancona siempre trae a los clientes aquí, para dormirlos y güeviarles.

Entonces comprendió por qué, si bien le faltaba la cartera, no había habido de aquello. Sin embargo, supo que —macho, recontramacho y machazo— en el fondo más último había intentado aquello. De enterarse, la mujer y sus hijos se hubieran preocupado mucho. Por eso, les hablaría de esto, de lo otro, de aquí, de allá, de acullá, de más acá, de por allá; ¡pero nunca de aquello!

 


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FRANCISCO ANDRÉS ESCOBAR (El Salvador, 1942-2010). Escritor, académico y actor. Fue uno de los principales dramaturgos salvadoreños de la década de 1980, aunque, hasta la fecha, sus dramas y comedias no se han reunido en libro. En poesía publicó: Una historia de pájaros y niebla (1978); Petición y ofrenda (1979); Ofertorio (1979); y Solamente una vez (1997). Mantuvo por muchos años una columna en un periódico matutino en la que aparecían, por igual, sus cuentos, piezas humorísticas, memorias y crónicas; de estos hay una recopilación: El país de donde vengo (1998); pero permanecen inéditas las entregas semanales de la última década de su vida. Su libro más personal es La lira, la cruz y la sombra (2003), un tríptico de teatro, ficción e investigación en torno a la figura trágica del poeta salvadoreño Alfredo Espino.