Jorge Ávalos: “Sibelius y la música clásica de Finlandia” (ensayo)

Apuntes históricos sobre la música finesa durante el período post-romántico.

Jorge Ávalos
La Zebra | # 37 | Enero 1, 2019

Entre las cuatro orquestas activas de más antigüedad en el mundo se encuentra la Orquesta Filarmónica de Turku, en Finlandia, fundada en 1790. Esto es indicativo de una larga tradición de interpretación, no de una música clásica de carácter nacional, la cual tendría un desarrollo tardío hacia finales del siglo XIX. Aun así, Finlandia posee dos grandes y ricas fuentes que nutren su historia musical: la canción popular, que se remonta a tiempos muy antiguos, y la música eclesiástica en latín, que el país adoptó en el siglo XII. A diferencia de otros países, que abandonaron sus tradiciones musicales católicas con la llegada del reformismo, en Finlandia la música permaneció en el repertorio de las iglesias en traducciones y adaptaciones a la lengua finesa. La música seglar no se extiende con libertad sino hasta el siglo XVII, y fue en Turku, precisamente, donde se fundó la primera orquesta de aficionados y donde, en 1640, la música fue integrada en los estudios universitarios.

Dos músicos de origen alemán impulsaron la enseñanza de la música y del arte de la composición en Helsinki desde mediados del siglo XIX: Friedrich Pacius, un director y compositor; y Friedrich Faltin, que realizó importantes colecciones de canciones populares finesas. El primer compositor importante nacido en Finlandia fue Martin Wegelius, quien fue, además, director del Conservatorio de Helsinki. Robert Kajarnus, director de la Orquesta Municipal de Helsinki, fue el primer propagador importante de la música finesa en Europa occidental; también ejerció influencia como maestro de música, y contó entre sus alumnos a Jean Sibelius, un músico de genio que fundó un estilo de clara filiación finés, y que se ganó con sus obras el reconocimiento internacional como uno de los grandes sinfonistas del siglo XX.

Fredrik Pacius (1809-1891)

Llamado el “padre de la música de Finlandia”, Pacius era un compositor de origen alemán que se radicó en Helsinki y vivió allí la mayor parte de su vida. Su importancia para el génesis de la música clásica escandinava es tal, que es el autor no de uno, sino de tres himnos nacionales: “Min izāmō, min sindimō”, de Lovania (un país ya desaparecido, parte de su territorio forma la actual Latvia); “Mu isamaa, mu õnn ja rõõm”, de Estonia; y “Vårt Land”, de Finlandia.

Nacido en Hamburgo, Pacius contaba con sólo 25 años cuando fue nombrado profesor de música en la Universidad de Helsinki, en 1834. Allí fundó una orquesta y un coro masculino de estudiantes, la Akademiska Sångföreningen, que todavía está activa. Pacius dirigió el coro durante más de ocho años. Con él dio el estreno de “Vårt Land” (“Nestra tierra”), basado en un poema de Johan Ludvig Runeberg, el 13 de mayo de 1848, contribuyendo de esta manera al despertar de la conciencia nacional de Finlandia, cuando ésta todavía era parte del imperio ruso.

Pacius es, sin duda, un compositor menor. Su obra no es abundante, y ni su único concierto para violín ni su única sinfonía se ejecutan en la actualidad. Sin embargo, su música para coro lo ubica en el punto de origen de las tradiciones musicales escandinavas que surgen como parte de los movimientos nacionales en la música, y fueron un cemento espiritual durante ese período de construcción de las identidades de los países de la región nórdica. De esta manera, su música es un puente entre la música romántica y el post-romanticismo del movimiento de las escuelas nacionales que buscaron sus raíces en la música popular y en las historias tradicionales y los mitos locales.

Su obra más importante es Kaarle Kuninkaan Metsästys (La cacería del Rey Carlos). Estrenada en 1852, fue la primera ópera de Finlandia, y su libreto fue escrito por el historiador Zacharias Topelius con un fin tan patriótico como el de la música para coro de Pacius. Aunque la obertura se siente dieciochesca, en todo sentido, la ópera en sí es un gozo. Su espíritu jovial tiene un vago tinte rossiniano —la influencia italiana en esos años es inevitable—, y sus coros masculinos recuerdan, a su vez, a la tradición musical rusa. La influencia más notable, sin embargo —y es obvio que sólo así podía ser debido al origen de Pacius—, es alemana. Pacius parece tomar las óperas de Carl Maria von Weber como modelos, Oberon y Der Freischütz, en particular. En el 2001, bajo la dirección de Ulf Söderblom, se representó una versión para concierto de otra ópera de Pacius compuesta en 1860 a partir de un libreto de Zacharias Topelius inspirado en el poema épico finés “Kalevala”, Prinsessan av Cypern (La Princesa de Chipre). Desde entonces, ésta ha regresado al repertorio y recibió un primer montaje escénico en 2008.

Obra recomendada

  • Kaarle Kuninkaan Metsästys (La cacería del Rey Carlos) – ópera

Jean Sibelius (1865-1957)

Jean Sibelius es uno de los compositores más importantes del siglo XX y, como en el caso de Gustav Mahler, su música sinfónica es un puente entre el período romántico y la modernidad.

En un famoso encuentro, Mahler le confesó a Sibelius que, para él, componer una sinfonía era “crear un mundo que debe abrazarlo todo”. En contraste, para Sibelius la sinfonía debía estar estructurada de forma orgánica con “una lógica profunda que interconectase todos los motivos”. En cierto sentido, Mahler, con sus murales sonoros y su aspiración a la totalidad, pareció agotar las posibilidades de la sinfonía, tal y como le había sido heredada de la tradición alemana. Sibelius, influido por los paisajes vastos y solitarios de los países escandinavos, le inyectó oxígeno y fuerza a la sinfonía, abriéndole nuevas posibilidades expresivas.

Sibelius nació en Hämeenlinna el 8 de diciembre de 1865, y fue bautizado con el nombre Jean Julius Christian Sibelius. Estudió música en el conservatorio de Helsinki, donde cultivó la idea de convertirse en violinista. Durante el siglo XIX, varios compositores ayudaron a desarrollar las bases de la música académica en Finlandia, entre ellos Pacius, Faltin, Wegelius y Kajarnus. Este último fue maestro de Sibelius. Ferrucio Busoni, un amigo, lo animó a exponerse a las nuevas corrientes musicales y, así, pasó dos años en Berlín y Viena. En esta última ciudad estudió composición con el músico húngaro Karl Goldmark. A su regreso en Finlandia, se unió al conservatorio de Helsinki, donde fue profesor de teoría musical entre 1892 y 1897, año en el que recibió una beca del gobierno que le permitió dedicarse exclusivamente a la composición.

Hasta el día de su muerte, Sibelius residió en una casa de campo en Järvenpää, en las afueras de Helsinki. Tras componer 134 obras musicales, incluyendo 7 sinfonías y 33 obras para orquesta, se retiró en 1929. Falleció el 20 de septiembre de 1957 a la edad de 91 años.

Durante el transcurso del siglo XX, el legado de Sibelius ha sido o ensalzado o puesto en entredicho varias veces, e incluso ambas cosas al mismo tiempo. En Finlandia, sus sinfonías, en particular, y su música, en general, son un monumento cultural y una fuente de orgullo patriótico. La robustez clásica de su música sinfónica fue muy popular en países musicalmente conservadores, como Inglaterra y los Estados Unidos, de tal manera que sirvió como una bandera contra los supuestos excesos o excentricidades de las nuevas tendencias modernistas. Si las primeras sinfonías de Sibelius fueron compuestas bajo la influencia rusa de Tchaikovski y Borodin, hay que notar que Sibelius encontró otras influencias menos aparentes para formar su propio lenguaje. Anthony Burton, por ejemplo, ha señalado que estas sinfonías también tienen “la energía y el impulso de Beethoven, la amplitud de Bruckner y la disciplina en el uso de motivos de Brahms”. Esto significa que Sibelius logró una síntesis de los principales hallazgos de la sinfonía y los puso al servicio de su propia visión. Incluso en la más romántica de sus sinfonías, la primera, estrenada en abril de 1899, el lenguaje de Sibelius se siente fresco y arrolladoramente original. Esto no se debe sólo al uso de las fuentes folclóricas y temáticas nacionales, sino a las necesidades expresivas del compositor que lo lleva a un uso muy personal de las paletas orquestales.

El nacionalismo es una veta poderosa en la música de Sibelius. Lo impulsó a buscar inspiración en la cultura de Finlandia, en su folclor y sus tradiciones, así como en los anhelos independistas de su pueblo sometido a la dominación rusa (1809-1917). Como sus predecesores, Sibelius realizó sus primeras composiciones bajo la influencia de la música romántica rusa. La influencia de Tchaikovski es notable en su concierto para violín. Más adelante asume, de forma consciente, la influencia alemana, y un diálogo constante y sutil con Beethoven se puede detectar en sus obras sinfónicas. Su propia concepción sobre la música transformó su nacionalismo. Si al principio su música era programática, por el uso de temas e historias populares, su propio desarrollo musical lo llevó a ser más austero y transparente, hasta forjar un lenguaje propio, transparente y expresivo, inspirado en la pureza de su paisaje natal. Es esta reconfiguración de sus composiciones, por una música más orgánica y viva, lo que ayudó a definir el nuevo arte musical finés de cara a su recobrada independencia.

El conocimiento inicial de la obra de Sibelius suele llegar por medio de su pieza más célebre: el poema sinfónico “Finlandia”, de verdadero fervor nacionalista. Su fanfarria de metales es muy famosa, pero más influyente aún es un pasaje lírico que, con un coro añadido, llegó a ser conocido como “Himno de Finlandia”. Debido a la influencia que esta obra tuvo en el movimiento nacionalista, las autoridades rusas la prohibieron. Debo de admitir que esta pieza no está entre mis favoritas, y tuve que escucharla varias veces antes de aprender a apreciarla. Para un descubrimiento más efectivo de la música de Sibelius, yo recomendaría un acercamiento directo a sus obras capitales.

La 5ª Sinfonía, opus 82, es brillante y se regresa a ella con creciente aprecio. Compuesta en 1914, y revisada varias veces hasta su versión definitiva de 1919, esta obra hace un uso genial de los instrumentos de viento, las trompas al principio, y un corno al final. Su primer movimiento es expansivo y grandilocuente, pero agradable, y está fusionado al segundo movimiento, convirtiéndolos en una poderosa unidad. El tercer movimiento es una secuencia rítmica de variaciones que, si bien es estático, mantiene un impulso dancístico y feliz. El final, denominado “Allegro molto y misterioso” por el compositor, es el movimiento sinfónico más emotivo de Sibelius. Si la emotividad es un factor de estima —lo es para mí—, el segundo movimiento de la 3ª Sinfonía, opus 52, de Sibelius, el “Andantino”, es memorable y suficiente para recomendar la obra completa —de hecho, me cuesta entender por qué esta pieza no es más conocida por separado—. Dentro de este espectro también está la 2ª Sinfonía. A partir de estas obras, podemos entrar al resto de sus sinfonías, incluyendo la más compleja de ellas, la 4ª, opus 63, una especie de autorretrato sicológico compuesto después de un período de convalecencia.

Además de “Finlandia”, Sibelius compuso varios poemas sinfónicos. “Kullervo”, opus 7, tiene una extensión de 72 minutos y se reconoce como una obra maestra desde los primeros compases. Por el dominio estructural que demuestra, es mucho más una sinfonía o una cantata épica que un poema tonal, y es difícil de creer que se encuentra entre sus primeras composiciones. Esta fue la primera obra que escuché de Sibelius antes de conocer sus sinfonías, y es una de mis favoritas por la riqueza de sus ideas, por sus hipnóticos coros y por la emotividad profunda de su música. En cierto sentido, Sibelius fusiona los géneros de la sinfonía y el poema sinfónico en su 7ª sinfonía.

Otros poemas sinfónicos de Sibelius, muy hermosos y apasionados la mayoría, son: “El cisne de Tuonela” (1893), “Cabalgata nocturna y amanecer” (1909), “El bardo” (1913), “Las Oceánicas” (1914) y “Tapiola” (1925). También es autor de un hermoso Concierto para Violín en re menor, opus 47 (1903), en el repertorio de los mayores virtuosos, y de un poema sinfónico de espíritu romántico, el “Valse triste”, opus 44. De su música para teatro, son muy interesantes sus propios arreglos en una obertura y dos suites de “La tempestad” (1927), compuesta para acompañar una representación de la obra de Shakespeare en 1925.

Obra recomendada

  • Kullervo, opus 7 – poema sinfónico
  • Finlandia, opus 26 (así como una obra derivada, el ‘Finlandia Hymni’ para coro)
  • El cisne de Tuonela, opus 22, Nº 3 (leyenda) – poema sinfónico
  • Valse Triste, opus 44 – poema sinfónico
  • Concierto para Violín en re menor, opus 47 (1903)
  • ⊗ Sinfonías Nº 3, opus 52 (1904-07), Nº 4, opus 63 (1910-11) y Nº 5, opus 82 (1919)

La figura y el genio de Sibelius se destacó con tanta fuerza en las salas de conciertos de todo el mundo, que proyectaron una extensa sombra sobre el resto de compositores fineses durante el período post-romántico. Al menos tres de ellos merecen ser conocidos y recordados fuera de Finlandia.

Armas Järnefelt (1869-1958)

Armas Järnefelt, que logró en vida un gran reconocimiento como director de orquesta, fue también un excelente compositor de música ligera. Su vínculo con Sibelius no fue sólo profesional o de amistad, pues su hermana Aino Järnefelt se casó con el más famoso compositor finés. Al final de su vida, Järnefelt confesó lo difícil que fue para él componer música a la sombra del genio de Sibelius.

Estudiante de Ferrucio Busoni, Järnefelt se convirtió en director de la Ópera Real de Suecia, en Estocolmo, donde trabajó por casi tres décadas. También fue el director de la Ópera Nacional de Finlandia y de la Orquesta Filarmónica de Helsinki. Dos de sus miniaturas para orquesta se hicieron muy famosas, un colorido y encantador “Praeludium” (música del drama La Tierra Prometida, de la cual hay una suite para orquesta), y su conocida Berceuse que, junto con el hermoso “Adagio” de su Serenata, son piezas para violín y cuerdas del más puro lirismo. Otras obras memorables son las Canciones de la Flor Carmesí (I “Forsfarden”; y II “Slagsmalet”), la Fantasía Sinfónica, influida por Wagner, y el poema sinfónico Korsholm, además de la cautivadora Serenata en seis movimientos que mencioné antes, variada y atmosférica. También compuso para coro, el teatro y el cine.

Obra recomendada

  • Serenata (1893)
  • “Praeludium” (1899-1990) y otra música incidental de La Tierra Prometida.
  • Berceuse para violín y orquesta (1904)
  • Canciones de la Flor Carmesí (1919)

Selim Palmgren (1878-1951)

Selim Palmgren fue en su tiempo el más célebre pianista finés y un compositor muy efectivo para ese instrumento. Palmgren compuso una ópera, Daniel Hjort (1910), y en Finlandia sus canciones y cantatas son consideradas clásicas. Fuera de su país, Palmgren es recordado por sus obras para piano solo y para piano y orquesta. Su técnica de composición reconcilia la influencia de románticos como Chopin con la de impresionistas como Debussy, así como de virtuosos contemporáneos como Busoni y Rachmaninov. A la vez, en sus mejores obras, se le vincula al movimiento musical nacionalista por medio de la integración y exploración musical de temas de origen folclórico. Pero no hay que equivocarse, en sus tres mejores conciertos, es un compositor tan cautivador como original.

La obra más famosa de Palmgren es el enigmático Concierto para Piano Nº 2, opus 33, “Virtu” (El río), una obra en un solo movimiento que toma como su punto de partida sus recuerdos de infancia, e incluso hace uso de una canción folclórica sueca, “La ninfa del río Polska”. Pero en el concierto, la música del piano —que representa al río— se despliega como una metáfora de la existencia, que fluye como las aguas del río, cambia de dirección y desemboca en el extenso mar. El efecto final, con su lánguido impresionismo, es simbolista más que programático; es decir, no pretende ser una ilustración musical del río, sino una exploración de su imagen como símbolo de una vida. De allí que su conclusión sea majestuosa, porque no representa la disolución de las aguas del río en el mar sino la integración última de su corriente en su portentoso destino final.

También son excelentes los conciertos para piano Nº 3, opus 41, “Metamorphoses”, formidable en su colorido y diversidad de tonos y emociones, y el imponente Nº 5, opus 99, que Sibelius consideró la obra más significativa de Palmgren. Canciones folclóricas están presentes también en estos dos conciertos, pero de maneras muy distintas. En el animoso concierto Nº 3 la canción sufre permutaciones ingeniosas e impredecibles porque, así como puede ser una variación pianística, también puede pasar a ser un trasfondo melódico para la orquesta, es decir, el tema en si cambia de carácter. En el más ambicioso concierto Nº 5 los temas folclóricos aparecen en el primer movimiento y luego reaparecen en el resto de la obra como motivos recurrentes.

Entre sus obras para piano destacan sus 24 Preludios, opus 17. Su temprana Sonata in Re menor, opus 11, compacta y resuelta, que toma su pauta del lirismo danzante de Grieg y lo enmarca en demostraciones virtuosas a la manera de Rachmaninov, es superior a la sonata que Sibelius compusiera unos años antes. Su breve Noche de Mayo, opus 27, lo muestra en su momento más impresionista, al evocar por medio de un diseño lúcido la imagen de una mágica noche de primavera. Pero es en sus Preludios donde encontramos sus piezas más conocidas e impresionantes para el piano: el folclor y la danza, en los preludios 1, 2, 3, 9, 10, 15 y 22; las poderosas muestras de virtuosismo, en los preludios 8, 12, “Meri” (“El mar”) y 24, “Sota” (“Guerra”); así como en sus brillantes cuadros impresionistas, el preludio 11, “Unikuva” (“Imagen de ensueño”), el 19, “Linnunlaulua” (“Canto de aves”), y el 23, “Venezia”.

Obra recomendada

  • ⊗ Conciertos para Piano Nº 2, opus 33, “Virtu” (El río); Nº 3, opus 41, “Metamorphoses”; y Nº 5 en la mayor, opus 99
  • ⊗ 24 Preludios, opus 17, para piano

Yrjö Kilpinen (1892-1959)

Yrjö Kilpinen es una figura singular en la historia de la música de Finlandia, puesto que no pertenece al movimiento nacionalista post-romántico, pero tampoco encaja entre los modernistas del siglo XX.

De manera casi exclusiva, Kilpinen se dedicó a la composición de canciones, que se cuentan en un aproximado de 750, aunque en vida no logró publicar más de 400. Parte de su celebridad es controversial: en las décadas de 1930 y 1940 fue muy popular en la Alemania nazi por sus canciones con textos alemanes de Morgenstern, unas 75 en total. Lo que el público alemán reconoció en él fue una pureza musical en la composición del lieder que dejaba atrás el romanticismo, pero sin caer en las tendencias modernistas en boga. Por lo tanto, se le comparó con Schubert y con Wolf por sus canciones de amor, a partir de colecciones como Lieder der Liebe y Lieder um den Tod de 1928. La formación musical de Kilpinen, sin embargo, es enteramente finés y escandinava. Estudió música en Helsinki, donde compone su ciclo de canciones Leino (1920), y en 1922 comienza a componer canciones en sueco. Un año después, en 1923, daría el primer concierto con sus obras.

Entre sus colecciones de canciones destacan, entre muchas otras, Tunturilauluja (1928), Hochgebirgswinter (1954) y Savonlinna Music Days (1955). Aunque es raro, de vez en cuando se encuentra una que otra pieza de su música de cámara, como su atmosférica Sonata para chelo y piano, opus 90. Su mejor obra está en sus canciones líricas, finas en su factura y muy hermosas en la impresión emocional que nos dejan.

Seis años después del fin de la dominación rusa, se inauguró en Helsinki, en diciembre de 1923, el más importante espacio nacional dedicado a la música. Con más de mil trescientas butacas, es el teatro de la Ópera Nacional Finesa y del Ballet Nacional Finlandés. El fervor patriótico tras la independencia en 1917, liderado en la música por Jean Sibelius, despertó la actividad musical en toda Finlandia, y convirtió a Helsinki en un centro importante de composición e interpretación musical. En el siglo XX, Aulis Sallien, Einojuhani Rautavaara, Erk Bergman y Joonas Kookonen han enriquecido el repertorio operático. De entre ellos, Rautavaara, sobre todo, se ha convertido en el compositor moderno más prolífico y renombrado de Finlandia después de Sibelius. A la cabeza de las tendencias más actuales están Kaija Saariaho (1952) y Magnus Lindberg (1958).

Einojuhani Rautavaara (1928)

A veces descrito como un romántico, por la opulencia de su música, Rautavaara es, en realidad, uno de los primeros músicos postmodernos, como el mismo compositor lo ha afirmado en más de una ocasión. A lo largo de su carrera ha explorado con una gran diversidad de géneros y estilos y puede fluir entre estos borrando fronteras, como lo hace en su Tercera sinfonía (1959-60), grandiosa en sus temas y su orquestación, al mismo tiempo que sintetiza la tendencia romántica de su primera sinfonía con el modernismo de la segunda. Tan expertamente usa Rautavaara el sistema dodecafónico en esta sinfonía que es difícil reconocerla como una pieza con las características de la música atonal o cromática. Si no es ni atonal ni cromática es porque el compositor usa el lenguaje serial, característico de la música en el siglo XX, como un vocabulario subordinado a su propia sintaxis musical. En otra obra, el Concierto para piano Nº 1, Rautavaara utiliza el mismo sistema dodecafónico para crear una obra tan sonora y expresiva como es usual en los conciertos románticos. Así, su música puede ser tan melódica como innovadora, por su carácter exploratorio. Su paleta sonora es muy amplia: en todas sus obras se siente colorida, emotiva y gozosa. El misticismo de su obra lo acerca al espíritu de exploración espiritual que alcanzó un enorme auge en la segunda mitad del siglo XX. Como su compatriota Sibelius, Rautavaara puede pintar un paisaje con música, e incluso llegar más lejos, al evocar el paisaje y rodearnos con su atmósfera, como en el extraordinario Cantus Articus, un “concierto para pájaros y orquesta”, en el que, efectivamente escuchamos, como si fuesen solistas, los cantos de una diversidad de pájaros que Rautavaara grabó en el círculo polar ártico y en los pantanos helados de Liminka.

 


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JORGE ÁVALOS (1964). Escritor y fotógrafo salvadoreño, editor de la revista La Zebra. Como cuentista ha ganado los dos premios centroamericanos de literatura: el Rogelio Sinán de Panamá, por La ciudad del deseo (2004), y el Monteforte Toledo de Guatemala, por El secreto del ángel (2012). En 2009 recibió el Premio Ovación de Teatro por su obra La balada de Jimmy Rosa. En 2015 estrenó La canción de nuestros días, por la que Teatro Zebra recibió el Premio Ovación 2014.