Tatiana Alemán: «Nadie movió las carretas hoy» (crónica)

Una periodista y migrante salvadoreña nos plasma un primer cuadro de la vida bajo el régimen del presidente Trump, quien ha ordenado la persecución y deportación masiva de migrantes.

Tatiana Alemán
La Zebra | 
#101 | Enero 26, 2025

Los fines de semana, en Langley Park, Maryland, Wendy está colocando pestañas pelo a pelo por más de $40 en la barbería que está en medio de una lavandería y una venta de telas. Los peluqueros caribeños están haciendo cortes extraños y escuchando la bachata de Aventura a todo volumen. El Comalito está topado de gente esperando una mesa para comer pupusas, yuca frita o carne asada.

Adelante del Comalito y el pollo peruano está el supermercado Megamart. Afuera están empujando las carretas el señor mexicano con una especie de parálisis en la mitad de su rostro, el chico caribeño que siempre saluda a mi mamá y los conductores centroamericanos, en su mayoría salvadoreños, del Oriente, que llevan a los compradores hasta sus casas. El ride es gratis cuando haces compras por $75 o más. Adentro, el DJ está promocionando el boliche y el puyazo que están en oferta. También anuncian cuando tienen fruta de temporada de México o de cualquier país de Centroamérica.

Arriba del centro comercial, que reúne en su mayoría a guatemaltecos, está el ALDI de Langley. Afuera siempre están los señores que te cobran 25 centavos para darte una carreta. El negocio es así: para usar la carreta, tú tienes que insertar una cora en la ranura de la cadena que la mantiene atada a otra. Sin embargo, esto se volvió una oportunidad de trabajo para personas sin documentos y personas alcohólicas. Además de dar la cora para echar a andar la carreta, también das otra por el servicio de llevarte la carreta hasta tus manos. Se supone que la cora la recuperas cuando terminas de usar la carreta y la vuelves a encadenar, pero para que funcione este emprendimiento debes dar una cora extra o darle tu carreta al señor, cuando has finalizado, sin recuperar la cora que diste al inicio.

Tras ese intercambio entras a ALDI y buscas los aguacates y los tomates en medio de decenas de personas que están hablando español, lenguas indígenas de México y mayas de Guatemala. También hay africanes hablando sus lenguajes. Tras las compras agarras el bus, el Uber o el carro y te vas, pasando frente a la estación del Takoma-Langley Crossroad. Ahí están los bolitos alimentando a las palomas y acosando a mujeres jóvenes.

Langley es el Soyapango de mi nostalgia salvadoreña. Pero este sábado no fue así. Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de USA, Langley es un objetivo en las nuevas políticas racistas de Trump debido a la gran cantidad de personas sin documentos que se juntan hasta en familias de 8 personas en apartamentos de 1 o 2 habitaciones.

Hoy no hubo bachata a todo volumen; no hubo fila en El Comalito; tampoco estaban los centracas jalando carretas fuera del Megamart. Adentro estaban las promotoras de marcas de queso, hablando sobre sus casos en las cortes de migración.

“Deberías presionar a tu abogado para que te diga cómo va tu caso”, dijo una de ellas a su compañera.

En el área de verduras sonaban canciones de cantinas donde se llora la amargura de los corazones rotos. Sólo nos mirábamos, unxs a otrxs, con impotencia. De alguna manera nos estábamos despidiendo.

En el ALDI la cosa no fue diferente. Hoy estaban lxs africanos y afroamericanos en todos los pasillos. Hoy no hubo gente hablando en lenguajes de naciones originarias. Los señores, que siempre andan con su mochila al hombro, no estaban. Lo único que pude escuchar fue: “noticia de última hora, ICE deportó a los primeros migrantes…”. Esa voz que venía de un carro negro era la de Carlos Eduardo Espina, un tiktoker que mantiene informada a la población migrante sobre las últimas acciones de Trump.

Desde el 20 de enero, todes andamos la frase “noticia de última hora” en la cabeza, esperando no ver en las fotografías de ICE a algún familiar o amigue. Todo parece ser un parqueo oscuro, en silencio, sin nadie que mueva las carretas.


Soy TATIANA ALEMÁN y nací el 18 de marzo de 1990. Actualmente tengo 34 años de edad y no vivo en El Salvador desde hace dos, pero esto es temporal. El regreso siempre está a la vuelta de la esquina, digo yo. O al menos ese es mi consuelo en el exilio. Escribo desde los ocho años de edad. Platero y yo fue el primer texto que me alborotó hasta las entrañas y, desde entonces, escribo, escribo, elimino documentos y vuelvo a escribir para ver si por fin me sale otro libro. En 2011, la Universidad Dr. José Matías Delgado, mi alma máter, publicó mi ensayo «Ciencia y tecnología: ¿Deshumanización de la sociedad?». Ese libro, digamos, fue producto de cinco años como estudiante de la extinta Escuela de Jóvenes Talentos en Letras, mi semillero. He participado en diversos concursos de cuento y poesía, pero si me preguntan qué escribo, aún no estoy segura de la respuesta, porque la literatura es transgénero, creo. Leo, aprendo y desaprendo según los territorios de sentipensares que habito en cada ciclo de mi vida.