Hugo Lindo: «Sangre adentro» (poesía)

Una muestra de la poesía espléndida y vigorosa de un escritor clave en la historia de la literatura salvadoreña.

Hugo Lindo
Arte de Valero Lecha
Caricatura del autor por Lemming
La Zebra | 
#107 | Julio 1, 2025

Sangre adentro

Como se entra en calor
yo voy entrando en sangre.

Primero por el peso de los párpados
y el ardor de los ojos.
Después, por el pequeño golpeteo a sordina
que hiere el yunque de las sienes.
Luego, por el reloj de las arterias
que va marcando el pulso de la vida,
y un fuego de rubor que sube al rostro
por la escalera dura de la fiebre.

Yo voy entrando en sangre.

Dejadla fluir
y que la boca de la herida cante.

Dirá pausadamente a los comienzos
lo que después ha de gritar a borbotones.

Empezará a correr como un hilillo
casi inocente
para inundar la historia
con su líquida lámpara y su esfuerzo.

Porque los dioses, los altivos dioses,
no tienen sangre.

Sólo nosotros, digo, con la marca y marea
de su flujo,
desde que era doncella nuestra madre,
desde que su amapola de ternura
se rasgó para darnos cal y canto,
desde que en el pulmón del primer aire
nuestro grito inicial abrió las puertas.

¿O estaba nuestra sangre en otra sangre,
y desde ayer venía persiguiéndonos?

(De un color en el mar —sangre del mundo— ,
de otro color entre las venas de los bosques).

¡Oh, sí! Yo soy mi sangre. Y ella empina
la sustancia del canto.

Vedla bajar por aluvión de siglos
hasta lengua y garganta,
a veces como amor, como tornado,
como pecho rajado por la guerra,
como víscera rota.

Vedla venir de los varones
y de las hembras del pasado,
en el torrente de una magia
creadora, inevitable.

¡Cuánta memoria de sonrisa y llanto!
¡Qué aglomerados miedos en su nombre!

Y el jardín de la muerte con sus flores
a medio abrir, abriéndose, ya abiertas,
para que el semen de los cementerios
edifique la sangre de los hijos.

Si el hombre navegara sangre adentro
y supiera el rumor de su congoja,
el gorgoteo de su instinto
y la burbuja de su pensamiento;
si el hombre, como un ojo sangre adentro,
viera su eternidad y su minuto
y la arista cabal de su destino,
sabría ya que hay una sola sangre,
la de los muertos y la nuestra, ardiendo.

Ardiendo desde ayer y para siempre
en cada voz,
en cada rayo
de la palabra y de la luz y el crimen.

Esta es la sangre nuestra.

Porque los dioses, los altivos dioses,
no tienen sangre.

Dejadla fluir
y que la boca de la herida cante.

De Sólo la voz

IV

Este ser angustiado que venía
tropezando en la historia
y hallaba en la batalla o en el lecho
la razón de su sangre.

El pequeño animal,
la dulce bestia,
trozo de instinto y manantial de sueño.

XXIV

Estas son puertas y ventanas
de otro país. Dan a otro tiempo.
Cruzan por ellas otros seres
y otros instantes y otros sueños.

Como si el niño que era entonces
se duplicara en un espejo,
y por su luna transparente
lograse entrada a otro universo.

Todo es distinto. Las miradas
llevan la luz ahora por dentro
y el mundo entero se ilumina
con su relámpago secreto.

Esto es ayer, y está presente
por un milagro. Es el renuevo
de los rosales agobiados
por las escarchas del invierno.

Es el retorno al paraíso.
Es la pureza. Es el silencio.
Son los tesoros recobrados.
El ángel íntimo en el pecho.

XXV

En la quinta estación,
la del olvido,
se detiene el coloquio de las sombras.

El invierno pasó,
muerto de frío.
Nadie se acuerda ya de su blancura.

Atrás, el tiempo se ha tendido,
muerto,
a no saber, a no soñar, a nada.

Y aquí están los viajeros.
Los de siempre:

—¿Quién eres tú?
¿De dónde?
¿Y a qué vienes?

Calla el viento en las copas de los árboles,
y nadie quiere responder.

Primero fue el otoño,
antes que el hielo.
Y en remolino de oro
dejó caer sus pétalos.

—¿Quién eres, di, quién eres?

Y anteayer,
el estío,
lanza y fuego.
La panoja dorada, el sol ardido,
el amor en la palma de las manos,
la brasa cenital del mediodía.

—Te pregunto tu nombre
y el origen
de tus pies, de tu frente, de tus ojos.

Tiembla en el cielo oscuro,
arriba,
lejos,
una rosa de plata.

—¿Mi nombre?
¿Tuve yo un nombre, acaso?
¿Y en qué tiempo?

En la más alta rama,
abre el búho tenaz su ojo de vidrio.

XLIV

Estoy en donde el mundo cruza sus dos caminos.

En donde la nostalgia
hace el recuento de las aventuras,
lustra los cobres viejos
y revive el sonido de pisadas ausentes.

Por aquí anduvo un ángel.

Se recuerda
el aire que dejaba circulando
como una cauda de su vuelo.

Se recuerda el perfume
que hacía palpitar entre las rosas,
y la inocencia simple de las enredaderas
dando su flor azul, cuando él cruzaba.

Por aquí anduvo el sueño.

Nutrido de figuras transparentes,
jugando a los fantasmas
con un niño a la sombra del asombro,
y construyendo mitos imborrables
con el rumor del agua.

Se recuerdan
la charla vespertina de las hojas,
los grandes animales y los rostros
que se desvanecían en las nubes.

Por aquí anduvo el ansia.

Tenso el arco.

Lista la flecha.

Y sin saber adónde
disparar el prodigio de su impulso.

Se recuerdan
sus pupilas de azoro
y la voz temblorosa
como un río sonoro de preguntas.

Por aquí anduvo el mito.

Se recuerdan
sus pasos
y su mutable condición de ensueño,
y su menuda luz,
que ardía
como la rosa del amor
en las manos del viento.

Se recuerda
su lenta
fragancia entre los parques y las horas,
su deleitosa forma iluminada
por el cambio constante.

¡Todo el deslumbramiento!

¡Danza de dioses bajo el sol preciso!

Y sin embargo, amor, nada era cierto.

Nada era tan verdad como este cruce
en donde estamos hoy,
temblando sin pasado y sin futuro,
unidos por la fuerza del instante,
ya no fugaz,
ya para siempre alzado
en la mitad del mundo,
junto al ángel,
a la vera del sueño, sobre el ansia,
y más allá del inasible mito.

De Maneras de llover

Y nacieron la espora, el alga suave

Y nacieron la espora, el alga suave,
el cuchillo de plata
que corta las entrañas del océano.

Y fueron separadas, por la mano del trueno,
las aguas verticales
y el llanto echado sobre el haz del mundo.

Y cada bestia tuvo un nombre mágico
para decir su inútil inocencia.

Águila se llamó el furor con alas.
Mariposa, la luz.
Serpiente el mal, con su sabiduría.
Cenzontle el canto amaneciendo al aire.
Tortuga, la quietud casi de piedra,
casi de eternidad, casi de muerte;
y Paloma el amor.

Y Afán mi nombre.

Toda la historia cabe en tus caderas

Toda la historia cabe en tus caderas,
mundo perfecto,
almendra de los sueños,
pluma multicolor de la alegría,
jade inocente,
suave espuma,
flor de acompañamiento,
huacal redondo,
jícara madura,
amanecida grácil de la estrella,
trozo de la esperanza,
promesa largamente silenciosa,
hierba del monte,
luz de las mazorcas.

Toda la historia cabe en tu regazo,
vientre fecundo,
mano acariciante,
tez de manzana-rosa,
cabello de obsidiana devanada,
nixtamalero rútilo,
aroma vegetal,
sahumerio fino,
humus de los milagros,
renovación perenne de la raza.

Todo el amor te cabe en los oídos,
laberintos de asombro,
caracoles,
cuevas morenas,
musgos de deleite,
casas de la ilusión y del espasmo,
nidos de melodía,
barrancas del silencio despeñado,
tambores de avidez,
hondos estuches del susurro.

Todo el dolor te cabe en las pupilas,
piedra de los volcanes,
semillas de pacún,
granos de noche,
brillo de las albercas escondidas,
pozos de dulce,
congregación de lágrimas,
joyas vivas de la luz,
espejos de la sombra,
carbones torturados,
brasa de la ternura sin orillas.

Toda la raza cabe en tu presencia,
cauce del tiempo,
río sin desmayo,
collar de muchas cuentas,
mazorca innumerable,
estero silencioso,
guardiana de rituales renovados,
custodia del futuro,
portera de las puertas de la tierra,
protectora morena,
madre de madres hasta el fin del mundo.


Caricatura del escritor salvadoreño Hugo Lindo por Lemming.

HUGO LINDO (El Salvador, 1917-1985). Poeta, narrador y ensayista salvadoreño. Obtuvo un doctorado en Jurisprudencia y Ciencias Sociales en la Universidad de El Salvador, y fungió como diplomático de carrera. Podría ser el poeta más subestimado en la historia de El Salvador, a pesar de haber producido una obra cuantiosa y de muy alta calidad. El espléndido libro Maneras de llover, que fue traducido al inglés por Elizabeth Gamble Miller con el título The Ways of Rain, demuestra la calidad de su voz poética, capaz de evocar vívidamente las bellezas del trópico con una voz naturalmente rítmica y persuasiva. Como narrador modernizó la narrativa costumbrista e introdujo a la región centroamericana la ciencia-ficción a través de cuentos, como en su libro Espejos paralelos (1974), y con una novela de alcance metafísico: Yo soy la memoria (1983). Su novela más popular, sin embargo, es de carácter localista y social: ¡Justicia, señor gobernador! En poesía publicó:  Poema eucarístico y otros (1943); Libro de Horas (1948); Sinfonía del Límite (1953); Trece instantes (1959); Varia Poesía (1961); Navegante río (1963); Sólo la voz (1968); Maneras de llover (1969); Este Pequeño Siempre (1971); Resonancia de Vivaldi (1976); Aquí mi Tierra (1979); y Fácil Palabra (1985). Póstumamente se publicaron: Desmesura (1992); Prólogo a la Noche (1999); y Casi en la Luz (1999). Su poesía completa apareció en tres tomos bajo el título Mañana Será el Asombro (2006, 2008 y 2010).