Jorge Ávalos: “El sagrado oficio” (ensayo)

Una reflexión sobre el oficio de escribir.

Jorge Ávalos
Fotografía de Jorge Ávalos
La Zebra | # 94 | Octubre 1, 2023

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Si no hacemos de la escritura un oficio no habrá escritor, pues es el oficio el que hace al escritor. Sólo la inmersión en el oficio nos permite descubrir un reino de posibilidades que no serían visibles o tangibles de otra manera. Sólo a través del oficio se descubre todo el potencial de la palabra.

Se me ocurre una analogía muy simple. El arte culinario no existiría sin todos los procesos que el oficio demanda del chef: saber comprar ingredientes, la elección de los vegetales más perfectos de la temporada, la organización de las especias, los modos y tiempos de cocción, el uso de los cuchillos, la formulación de la receta. No hay un acto que sea menor que el otro en esa cadena de creatividad y arte.

El métier del escritor es así. Aprendemos a reconocer las mejores herramientas, sabemos anticipar aromas y colores, podemos calcular tiempos de preparación y creación, tenemos una idea de los efectos que podemos lograr, escogemos con pasión los ingredientes que habremos de necesitar. No dejaremos nada al azar, ni siquiera lo improvisado, la inspiración incidental o lo accidental, que no son nada más que elementos que el oficio mismo nos ofrece en caso de que sean necesarios para crear el conjuro final.

Nada es innoble en el oficio del escritor. De esta pasión por los aspectos más humildes del oficio se forja el poeta, el novelista, el dramaturgo. Cierro mis ojos y lloro de felicidad al pensarlo, porque esto, el oficio, no me lo puede quitar nadie.

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Ser poeta es, en parte, una vocación y, en parte, una actitud hacia la vida. Ser escritor nos describe desde el oficio. La distinción es importante porque sólo a través del oficio el poeta descubre su hora más humilde: el lugar de sus límites y fracasos, el momento cuando la emoción vivida no encuentra la palabra correcta, cuando los versos no capturan a cabalidad el instante poético.

Nuestra actitud hacia la vida, esa manera tan peculiar de ser en el mundo, produce, a su vez, una visión peculiar del mundo. Pero nos debemos a la materia prima, la palabra, y a la humildad del oficio, la escritura, para elevarnos de verdad a la categoría de un poeta.

El que no sabe elegir con precisión su materia prima y no domina todos los aspectos de su oficio, no es nada más que un aspirante. El poema que no ostenta ni la potencia de una palabra precisa ni la ejecución impecable del lenguaje al servicio de una visión poética no escribe poesía, escribe textos en forma de poemas, que es muy distinto.

Soy poeta, pero me gano la vida como escritor. La vocación enriquece el oficio, pero no dejo que el oficio reemplace o perturbe la vocación. Nos debemos, sin embargo, a la humildad del oficio, el cual es sagrado. Se puede ser escritor sin ser poeta, pero no se puede ser poeta sin ser escritor.

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Al confrontar la impureza de los impulsos humanos, la mancha humana en la creación, descubrimos que sólo podemos hacerlo haciendo más pura y precisa la palabra. Esa es la distinción del oficio como tal frente a las obligaciones del poeta en el mundo, y es esta nuestra misión al trabajar la palabra: “dar más puro sentido al habla de la tribu”, como tan bien lo dijo Mallarmé.

El oficio del escritor es con las palabras, no con el lenguaje como tal. Esto no es una contradicción, sino una invitación a expandir nuestro concepto de lenguaje en los campos literarios.

Nuestra lengua es un océano, pero al escribir, no surcamos sólo ese mar, sino un territorio al que son convocados una diversidad de lenguajes, que hacen de la palabra su principal vehículo. La imaginación del escritor no se limita a la palabra, sin embargo. La suya es una mirada sobre el mundo, para empezar. Las imágenes, descubrirá, son su propio lenguaje. Y luego está el buceo en el subconsciente, en los sueños, en las emociones mudas, y en lo inefable, que requiere un lenguaje de símbolos. El mito, tan lejano al inicio, se abrirá a nuestra imaginación antes de que comprendamos su vasto imperio.

El oficio del escritor, que implica una fe en el poder de la palabra, nos aparta del vano esfuerzo de inventar otro lenguaje escrito. Más bien reinventamos el que se nos ha heredado para que signifique mucho más de lo que parecería posible si consideramos sus límites.


JORGE ÁVALOS (1964). Escritor y fotógrafo salvadoreño, editor de la revista La Zebra. Como cuentista ha ganado los dos premios centroamericanos de literatura: el Rogelio Sinán de Panamá, por La ciudad del deseo (2004), y el Monteforte Toledo de Guatemala, por El secreto del ángel (2012). En 2009 recibió el Premio Ovación de Teatro por su obra La balada de Jimmy Rosa. En 2015 estrenó La canción de nuestros días, por la que Teatro Zebra recibió el Premio Ovación 2014. Su obra narrativa aparece en varias antologías de cuento, incluyendo: Puertos abiertos, editada por Sergio Ramírez (Fondo de Cultura Económica, México, 2012); y Universos Breves, editada por Francisca Noguerol (Instituto Cervantes y Editorial Cobogó, Brasil, 2023). En El Salvador ha ganado cinco premios nacionales de literatura en el sistema de Juegos Florales, en las ramas de cuento, ensayo y teatro.