Siete deliciosos minutos de lectura con 7 microcuentos de una joven narradora de Honduras.
Tatiana Sánchez Danlí
La Zebra | # 98 | Octubre 21, 2024
5 mil likes
Lo había decidido, saltaría a la fama de inmediato. Hasta ese entonces nadie había realizado tal proeza. Sin duda sería el video con más reacciones en las redes sociales.
Mario, su hermano, la ayudaría a ser una celebridad, por lo que sería el responsable técnico de toda la “operación fama” ―como la habían nombrado―. Practicaron unas pocas veces y todo salía relativamente bien. Calcularon los minutos que les llevaría el acto y en el que estaban seguros de que conseguirían más reacciones de lo esperado.
Se enciende la cámara. Tras un breve saludo y explicación del reto a sus cientos de seguidores, Sara dio la señal para comenzar de inmediato. Mario la embadurnó de crema humectante para reducir el riesgo de quemaduras, la roció con alcohol y le prendió fuego.
Sara no parecía inmutarse tanto, pues la crema la protegía muy bien. Tenía la confianza de que lo lograría, pero le enfadaba que tras 1 minuto de grabación no conseguía ni la mitad de lo esperado. Mario le insistía en que era suficiente, ya debía parar. Sara, cegada por la ira, no lo escuchó… decidió continuar con el show 2 minutos más.
Sara lo logró, recibió más de 5 mil likes, reacciones y comentarios. Todos le mandaban muchos besos y abrazos hasta el cielo.
Carta del 31 de diciembre
Mamá, discúlpame por no llegar a la cena familiar de hoy.
Han pasado muchas cosas Mamá, entre buscar los regalos y hacer la comida… entre hacer el mundo un poco más justo y luchar desde la trinchera de ser mujer.
Lo siento, Mamá… he matado a un hombre. Lamento decirte que esta no es, precisamente, la metáfora de Freddie Mercury.
Corazón sangrante
A Clementina Suárez
Creció con la hierba, entre matorrales, peñascos y ganado. La vida pueblerina le causaba fastidio y aunque era una niña introvertida y precoz soñaba con ser una gran poeta. Devoraba espesos libros como quien busca saciar cierta sed.
A sus 21 años y 600 kilómetros después tomó el velero hacia la libertad, pero llevaba consigo la pesada cruz de su padre. Aun así, preparó sus alas para ser una niña de aire, paloma del amanecer.
Obediente la rosa a su destino, tuvo que ir mostrando el candor de su rostro, retratada con dulcísimas líneas de colores, por todos lados del continente sus peculiares facciones y poemas figuraban.
Pero el tercer mundo no estaba preparado para su rebeldía nata. El engranaje sistémico es reducido para las ambiciones de la poeta y sus señales. La maldad humana profanó su templo de fuego. Sin saber que con cada herida ella era multiplicada, de su pecho hubo una fuga de pájaros… esa ya no es su sombra y ahora por fin puede ser lo que quiere ser: un brazo de mar, alma sin frontera, libre y sin riberas, ¡mujer!… dijo la obstetra que la vio nacer.
De cómo mi abuela conoció a mi abuelo
―Era un tiempo de desesperanza, guerrillas y conflictos ajenos a nosotros los pobres ―contaba mi abuela al tiempo que sacaba el pesado álbum familiar de fotografías.
Los años sesenta se habían llevado a los hombres a una mentada guerra del fútbol. Lita, como así le llamamos, también prestó a su novio a la Patria.
Semanalmente enviaba una carta a su amado con el corresponsal del ejército, quien le aseguraba que sus palabras serían entregadas íntegras al remitente. Mandó 5, 6, 7 cartas, todas fueron respondidas, jurando mil fantasías de amor romántico y poemas extensos escritos en letra de coral.
Terminó por fin la guerra y su valiente héroe seguía en los cuarteles del Sur. Siguió mandando 8, 9, 10 cartas; 15, 16, 17… seguía gastando papel y lápiz tratando de mantener a toda costa la atención del cupido hecho hombre.
Por fin las cartas dejaron de ser enviadas y recibidas. Después de casi 23 entregas de ilusorias cartas, Lita encontró el verdadero amor en brazos del cartero.
El gran mentiroso
―Verás, hijo ―decía la abuela mientras acariciaba mi cabeza―, el título del gran mentiroso está tergiversado. No creas todo de buenas a primeras. La gente se inventa tantas cosas para hacer ver mal a los demás, pues esto no es nada más que la habilidad de un individuo de imaginar y contar historias que conmoverían hasta el más duro talibán; es la capacidad de recrear situaciones con orden lógico, mentiras tan similares a las verdades a veces casi imposible de distinguir una de otra; y, como por obra del Santísimo, los mentirosos tienen una nariz muy grande; muchos dicen que es herencia genética, pero lo que no saben es que la habilidad de contar mentiras también se hereda, va impresa en nuestra sangre. Puede ser una mentira piadosa, divertida, para pasar el buen rato con amigos y contar esas increíbles historias. “Un poquito de exageración no hace mal a nadie”, pensarás; serás el centro de atención, ellos reirán, sus pupilas se dilatarán, estarán atentos a tu voz, tus gestos, tus movimientos… querrán escuchar más de tus mentiras a las que llamas “cuentos” o “anécdotas”; los volverás locos, te amarán, te lo aseguro… Pero recuerda, niño, quien cuenta mentiras hoy pagará su cuenta mañana.
Utopía animalia
―¡Queremos paz, queremos paz! ―gritaban al unísono todos los manifestantes movidos por la euforia del momento.
―¡Hemos estado en esta tierra por millones de años, la heredamos de nuestros padres y estos a su vez la heredaron de los suyos! ―decían unos.
―¡Vinieron ellos y nos roban nuestros bosques, nuestra agua y comida, destruyen nuestros refugios, levantan cercas eléctricas, nos cazan, esclavizan y como si no les bastase matan a nuestros hijos, esposas y hermanos; los devoran por completo ¡su cinismo es tan grande que rezan a la mesa tomados de las manos frente a un cadáver! ―decían otros.
―¿Quién dijo que La Paz es sólo para los humanos? ―dijeron todos los animales.
Terceros molares
Había mucha sangre por todos lados. Los vecinos salieron asustados al escuchar la grave detonación que provenía del séptimo piso. La sangre era tanta que se escurrió por las ventanas.
Nadie tomaba en serio a doña Ubenza. Siempre la tacharon de loca, histérica y demasiado imaginativa. La veían a menudo charlando con las aves y tratando dulcemente a las flores del monte. Pero en los últimos días doña Ubenza ya no se veía igual. Su semblante había decaído y parecía que medio rostro se le había desfigurado. Colgaban de sus ojos unas bolsas negras y se le oía hablar poco.
Con curiosidad casi mórbida se dispusieron a averiguar qué pasaba. Al entrar todo parecía en orden, muy limpio y acogedor, hasta que llegaron a su habitación. Los vecinos se desmayaron al ver la atrocidad que en ese lugar había: tijeras, tenazas, alfileres y gasas ensangrentadas, coágulos de sangre y en la mesita de noche, una fila de muelas, un revolver y una nota: “El juicio nos vendrá a cada uno por separado, sean las terceras o las segundas veces, del tribunal kármico nadie escapa, pero al extraer por mano propia este gusano por fin desaparecerá de tu cabeza el dolor”.

TATIANA SÁNCHEZ DANLÍ (El Paraíso, Honduras, 28 enero de 1993). Narradora y minificcionista. Docente del departamento de letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Máster en lengua y literatura hispánica por UNAN-LEÓN. Miembro activo de la Asociación de Escritoras Hondureñas (ANDEH), de la Sociedad Literaria de Honduras SOLIHO, así como de la Red de escritoras minificcionistas (REM). Coordinadora del proyecto Bibliotecas Rurales “mi Primer Biblioteca”; gestora cultural y directora en Galería Tierra Blanca, Danlí, El Paraíso. Artesana y Musico de carretera. Publicada en diversas antologías nacionales y extranjeras.
