Jorge Ávalos: «Para merecer la muerte» (memoria)

Un recuerdo de infancia protagonizado por dos icónicos escritores salvadoreños.

Jorge Ávalos
Arte de Benjamín Cañas
La Zebra | 
#103 | Marzo 6, 2025

Cuando mi padre, el doctor José Edmundo Ávalos, era miembro de la junta directiva del Colegio Médico, organizó un evento cultural en el que participaron, entre otros, la poeta Claudia Lars y el cuentista José María Méndez. Esto habrá sido en 1973 cuando yo tenía 9 años. Yo estaba ansioso por asistir a ese evento porque quería preguntarles a ambos escritores cuándo se iban a morir.

Tenía una buena razón.

En esos días mi papá me había regalado una publicación del gobierno que contenía retratos y biografías de los escritores más importantes de El Salvador. Al lado de cada nombre aparecían, entre paréntesis, los años de nacimiento y muerte de cada escritor. Junto al de Francisco Gavidia, por ejemplo, decía: “(1864-1955)”. Pero a la par de algunos nombres el paréntesis sólo tenía el año de nacimiento, y después del guion había un espacio en blanco. Así se veía el de Claudia Lars: “(1899-     )”. Yo supuse que había que rellenar esos espacios en blanco.

Cuando a mí se me ocurría una misión, debía cumplirla.

El evento en sí fue un tanto aburrido. Varios escritores leyeron. Todavía recuerdo que cuando José Roberto Cea anunció que leería su poema “Yo, el brujo”, Claudia Lars se inclinó hacia mi padre y le susurró: “Ese es un poema muy lindo, y él es un indio de Izalco”. Mi padre y yo escuchamos con atención. Yo estaba fascinado, no sólo porque el poeta era un brujo, sino porque era el primer indio con lentes que había visto en mi vida. Él era muy joven entonces y su biografía no aparecía en la publicación, así que todavía no se había ganado un espacio en blanco para el año de su muerte.

José María Méndez se reía mucho mientras leía, incluso más que el público, que a veces estallaba en carcajadas por sus ocurrencias. En su boca se dibujaba una carcajada mientras le daba forma en la mente a las puntadas que se le ocurrían. Y su expresión de malicia anticipada iniciaba el rumor de las risas antes de que dijera una palabra.

Claudia Lars era, en cambio, una figura triste. Era silenciosa y tímida, como si tuviera vergüenza de estar allí. Estaba muy delgada, y no se parecía en nada a ninguna foto que yo había visto de ella. De hecho, hasta la fecha, no he visto fotografías de ella en esos años. Era muy delicada y pequeñita, con los rasgos de una ancianidad súbita, asumida de golpe, pero leía con mucha convicción. Dijo que para ella la poesía era algo tan natural como lo era el canto para un pajarito.

El salón de eventos del Colegio Médico era muy amplio. Después de la lectura, se sirvieron refrigerios y los escritores se sentaron a tomar café y a comer pan dulce. Claudia Lars y José María Méndez se sentaron juntos. Yo me acerqué a ellos con la revista y un lápiz en la mano, y les pregunté cuándo se iban a morir. José María Méndez se mostró intrigado y quiso saber por qué me interesaba ese dato, en particular. Así que le mostré el espacio en blanco para el año de su muerte en su biografía y, sin titubear, él señaló su paréntesis y me dijo: “Escribí 1974”.

“Ay, Chema, ¿y por qué?”, preguntó Claudia.

“Un día de estos alguien me va a pegar un cuetazo, Carmencha”, respondió él, y luego le preguntó a ella en qué año creía que iba a morir.

“Yo… a los 90 años”, respondió. “1989”.

Yo rellené los espacios en blanco con los años que ellos eligieron. José María Méndez tomó la revista de nuevo, y me ayudó a rellenar los otros espacios en blanco. De Vicente Rosales y Rosales dijo: “El Chente se muere este año”. De Hugo Lindo: “Ese viejo cascarrabias va a vivir hasta que la muerte haga las paces con él… 2020, por ahí”. De Salarrué: “Chamba ya dijo que a los 99 se va a morir”.

“Es que el cien no es natural”, dijo Claudia.

“Es mala leche”, confirmó él. “Para Chamba, 1998, si antes no se estrella en su carroza.”

“¡Ay, Chema, qué salvaje sos!”

“¡Salvaje, la muerte!, Carmencha. ¡Salvaje, la muerte!”

A cada ocurrencia de José María Méndez, Claudia Lars se llevaba las manos a la cara para contener el bochorno, y se reía a carcajadas.

Sucede que las cosas no se dieron así, exactamente.

Claudia Lars murió de cáncer un año después de ese evento, en 1974. Al año siguiente falleció Salarrué, quien vivió hasta los 76 años. Vicente Rosales y Rosales se negó a morir ese año, y resistió hasta 1980. Hugo Lindo nos dejó a los 68 años en 1985, pues, al parecer, hizo las paces con la muerte. Por fortuna yo había llenado los espacios en blanco a lápiz, y pude hacer varias correcciones en esa publicación antes de partir a mi primer exilio en diciembre de 1980, a mis 16 años.

En cada caso, le habíamos extendido a la Muerte una invitación que no quiso aceptar. Ella habrá tenido sus razones. De hecho, de todos esos escritores de El Salvador que aparecían en esa publicación, el último en dejarnos fue José María Méndez. Para entonces, yo ya no pude corregir el año de su muerte a 2006, pues la pequeña colección de libros que tuve en mi juventud se perdió durante la guerra.

En el 2003, ya de regreso en El Salvador, visité la casa de la familia Méndez en la colonia Flor Blanca. Don Chema estaba en una silla de ruedas, inmóvil y sin habla. No sé si tenía conciencia o no de mi presencia. Yo estaba allí porque necesitaba una firma de su hija para un proyecto de la extinta Concultura.

Sentado frente a él —el hombre más gracioso que he conocido en mi vida—, no pude más que recordar esa tarde en el Colegio Médico cuando pretendimos que nos podíamos adelantar a la historia y adivinar el año en que a las figuras de la literatura salvadoreña se les acababa la suerte. Pero en esa ocasión, ya empapado de recuerdos, creí escuchar la risas y los aplausos del público en el Colegio Médico, y resonaron en mi memoria las carcajadas de Claudia Lars mientras se llevaba las manos a la cara para ocultar el bochorno.

Y sí, amadísimos Carmencha y Chema, qué salvaje ha sido la muerte con nosotros. ¡Qué salvaje, en verdad!


JORGE ÁVALOS (1964). Escritor y fotógrafo salvadoreño, editor de la revista La Zebra. Como cuentista ha ganado los dos premios centroamericanos de literatura: el Rogelio Sinán de Panamá, por La ciudad del deseo (2004), y el Monteforte Toledo de Guatemala, por El secreto del ángel (2012). En 2009 recibió el Premio Ovación de Teatro por su obra La balada de Jimmy Rosa. En 2015 estrenó La canción de nuestros días, por la que Teatro Zebra recibió el Premio Ovación 2014. Su obra narrativa aparece en varias antologías de cuento, incluyendo: Puertos abiertos, editada por Sergio Ramírez (Fondo de Cultura Económica, México, 2012); y Universos Breves, editada por Francisca Noguerol (Instituto Cervantes y Editorial Cobogó, Brasil, 2023). En El Salvador ha ganado cinco premios nacionales de literatura en el sistema de Juegos Florales, en las ramas de cuento, ensayo y teatro.

El arte es del pintor salvadoreño Benjamín Cañas: “El crítico”, 1977.