Un retrato implacable de la pobreza de una familia indígena en 1931.
Zélie Lardé – texto y arte
La Zebra | #103 | Marzo 26, 2025
Es de tarde. El viento viene silbando con furia entre los árboles del camino. Las nubes corren amenazando caerse de un momento a otro. La oscuridad va siendo cada vez más grande.
Por el camino viene una carreta desvencijada por unos bueyes flacos y cansados. Montados en ella van una mujer y dos cipotes. Uno de ellos va en las piernas de su nana, que lo envuelve con amor en su rebozo de color indefinido. El otro viene a su lado; con una manita se agarra el sombrero que le baila en la cabeza queriéndosele volar, con la otra se aferra a una de las varas de la carreta, que tumbea en el pedrero. Adelante va un chucho seco, junto al hombre que guía los animales.
—Ya los valcanzar lagua. Yel cipote ta prendido en calentura y no llegamos nunca onde dijiste.
—¿Quiago si los animales no pueden caminar cabezalnorte?
—De suerte, ya vamos a llegar a la ceiba. Ayí podemos apiar mientras merma lagua.
—Pué… ¡Íya, Lobo! ¡Íya, Conejo!
Los relámpagos y truenos se alternan. Los pájaros pasan veloces a refugiarse a sus nidos. El árbol deseado aparece al fin. Al llegar desenyugan a los bueyes y los amarran a un arbolito cercano. Ellos se colocan debajo de la carreta que medio los cubre. La mujer se quita la enagua y un fustán y cubre con ellos a sus hijos que tiemblan de frío. El hombre, después de muchos esfuerzos, logra encender un puro en el que chupa fuerte. El chucho, con la cabeza baja, se pasea, como buscando solución a algo que presiente. Después de tanto pasearse, dando una vueltecita, se sienta un momento y mira a sus amos con ojos interrogantes. Como no le hacen caso se echa y cierra los ojos. Llueve a torrentes, los bueyes devoran la grama y meneando la cola se sacuden el lomo, como espantando moscas.
Llega la noche y el aguaje no se ha calmado. En la oscurana se oyen unas voces temblorosas de frío y angustia.
—¡Ya los fregamos! Vamos a tener que pasar la noche aquí si no merma la tormenta. No se mira ni la mano. Ansina no se puede andar.
—¡Qué se vaser! ¡Qué se haga la voluntá de Dios! Sólo mi cipote miaflige…
—¡Puta, cómo siace el cielo! Como yastá vieja la ceiba tiene podre en las raíces, por eso se meneya con el norte que está juerte.
Callan las voces. Sólo se oye un ladrido lastimero de vez en cuando. Retumba. Después, sólo la lluvia se deja caer con un llanto de gigante que llora desconsolado.
Amanece. Los pájaros dejan oír sus trinos de alegría porque ya no llueve.
Bajo la ceiba, que con sus brazos verdes ha procurado dar abrigo a los que confiaron en ella, está la carreta, bajo la cual se encuentra el grupo. La mujer sentada en el suelo, con una pierna encogida, apoya en ella la cabeza. Se ha quedado dormida. Contra el pecho tiene a su hijo enfermo, como dándole calor; con la pierna extendida, está apoyada la cabeza del otro cipote. El hombre chupa un puro. Cerca, los bueyes comen, esperando la hora de partir. El chucho abre los ojos, se lame la panza y da un golpazo a una mosca atrevida que se le acerca. El hombre se levanta y con cuidado toca el brazo a la mujer dormida.
—Yes lora, Mariya, despertá. Amonós.
—¡Hm, la puerca! Me había dormido…
Da una mirada de temor al hijo enfermo y lo tienta. Está frío. La mujer gime.
—¡Ay, mi niño, se murió! No vide aquioras…
El hombre calla. Sólo la chenca del puro se mueve muy ligero en la boca, revelando su emoción.
El cipote y él se ponen a enyugar los bueyes. La mujer se viste y se sube a la carreta con el cadáver de su hijo, tapado con el rebozo.
De sus ojos bajan las lágrimas, calladas con su dolor inmenso.
El yugo gime al esfuerzo de los bueyes que jalan la carreta. El chucho va adelante, como enseñando el camino. La carreta se va alejando, dando tumbos entre las piedras hasta desaparecer a lo lejos…
Modismos salvadoreños
Chenca: colilla del cigarro o el puro.
Chucho: perro; esta es, en realidad, una palabra de origen castellano, pero no es utilizada en toda América.
Cipote: niño.
Seco: muy delgado.

ZÉLIE LARDÉ ARTHÉS (El Salvador, 11 de agosto, 1901 – 27 de octubre, 1974). Escritora y artista salvadoreña. Aunque escribió poesía y cuento, nunca publicó libro, pero planificó dos: Del solar nativo, para sus cuentos; y Poemas de soledad, para su poesía (Patria, 1931). Sus cuentos son cuadros casi antropológicos de la vida del indígena, e introducen, en los diálogos, una transcripción fonética bastante fiel de sus modos de hablar. Considerada “la primera pintora que manifiesta la tendencia primitiva de El Salvador” (Museo Forma, 1984), también confeccionó muñecas que se mostraron —como piezas artísticas que atrajeron la atención de los críticos— en la Exposición Nacional de Artes Plásticas en 1937 (Revista El Salvador, 1937-38). Realizó ilustraciones para la revista Espiral (San Salvador, 1922) y para la primera edición del libro Cuentos de cipotes (San Salvador, 1943) del escritor salvadoreño Salarrué, su esposo, con quien tuvo tres hijas, todas artistas. Según Maya, la segunda de sus hijas, Zélie Lardé sacrificó su talento artístico para dedicarse a las tareas del hogar, a la crianza de sus hijas y al cuidado de su esposo (La Prensa Gráfica, 1975); después de su muerte en 1974, la salud de Salarrué deterioró muy rápidamente y falleció un año después. El cuento “La ceiba” fue transcrito del manuscrito original por Jorge Ávalos, autor de esta nota biográfica.
