Poemas conocidos e inéditos de una hondureña que creció y se formó en El Salvador en el siglo XIX.
Lucila Estrada de Pérez
Selección, introducción y notas de Jorge Ávalos
La Zebra | #104 | Abril 10, 2025
Introducción
Lucila Estrada de Pérez nació en Gracias, Honduras, en 1856, y falleció en esa misma ciudad en 1943. Hija de José Simón Estrada y de Elena Marín de Estrada. Tras la muerte de su padre, que era el intendente de Hacienda del distrito de Gracias, su familia abandona Honduras y se traslada a El Salvador. A partir de entonces, el rol paternal lo asume su tío, el general salvadoreño Ezequiel Marín.
Aunque no hay documentación exacta del papel político que jugó su padre, Simón Estrada, antes de fallecer, es claro que era un liberal y que había tenido vínculos con el militar y político José María Medina. Medina asumió el poder en esos años, pero la inestabilidad política y un conflicto bélico entre Honduras y el Salvador le impidió a la familia de Lucila regresar, así que ella creció y recibió su educación en El Salvador desde su primera infancia hasta su graduación en la Normal de Señoritas.
A finales de 1877, el expresidente liberal de Honduras, José María Medina y el padre adoptivo de Lucila, Ezequiel Marín, incursionaron en Santa Rosa, donde organizaron una rebelión armada. Tras el fracaso de ésta, ambos fueron arrestados, acusados de alta traición y condenados a muerte. Con el aval de la Corte Suprema de Justicia, Medina y Marín fueron fusilados en Santa Rosa a las 8 de la mañana el 8 de febrero de 1878.[1] Lucila tenía entonces 22 años y, en un emotivo homenaje a su padre adoptivo, escribió el poema “La tumba del soldado”.
En 1883, llega a la presidencia de Honduras un político liberal, el general Luis Bográn. Él había sido uno de los oficiales que participó en la corte marcial que condenó a muerte al expresidente Medina y al general Marín, pero fue él quien le ofreció a la familia Estrada Marín la oportunidad de retornar de su destierro. De vuelta en su tierra natal, a los 27 años, Lucila Estrada contrajo matrimonio con Tito Pérez. Con él tuvo cuatro hijos: Álvaro de Jesús, Manuel Héctor, Tito y María Elena. Otra niña, a quien le dedicó el poema “A mi querida hija amada”, falleció en la infancia, en 1888.
Lucila Estrada fue la primera mujer en El Salvador, en la década de 1870, en publicar su poesía bajo su propio nombre en lugar de usar un seudónimo. Supo expresar con sencillez los sentimientos de los principales eventos de su vida: los duelos y despedidas familiares, su pasión por la poesía, su gratitud por la educación y su admiración por el espíritu de la razón, una convicción derivada de su formación en El Salvador, influida por el pensamiento liberal y la filosofía positivista.
Lucila formó parte del grupo de las poetas románticas que despojaron al verso de sus imposturas heroicas o solemnes para concentrarse en las ideas y emociones, tal y como estas eran recibidas y asimiladas en la esfera más íntima y personal, en tono con Luz Arrué de Miranda y Antonia Galindo.
Aunque se le considera una poeta hondureña, es también, y sin contradicción alguna, una poeta salvadoreña, tanto por su formación como por su actividad literaria en su juventud. En efecto, Lucila Estrada de Pérez nunca se desligó de El Salvador. Fue muy amiga de Román Mayorga Rivas, un periodista y poeta nicaragüense radicado en El Salvador, y muy receptivo a la poesía femenina. Fue él quien dio a conocer su poesía, y quien primero la difundió a través de los periódicos que dirigió: El Cometa (1878-1882) de San Salvador, El Independiente de Nicaragua (en 1885-86), y Diario del Salvador (1895-1932). Una muestra de su poesía apareció en libro por primera vez en la antología de Rómulo Ernesto Durón Honduras literaria, escritos en prosa y verso, tomo II: Escritores en verso, Tipografía La Unión, Tegucigalpa, 1899.
He modernizado la ortografía y la gramática de los poemas a continuación, pero también incluyo un recorte del periódico El Cometa de 1878, en el que aparece uno de sus poemas, con el lenguaje original, cuando en la práctica local no se estilaba el uso de las letras Y o X, por ejemplo.
Jorge Ávalos
Poemas
Por Lucía Estrada
La tumba del soldado
A la muerte de mi padre adoptivo,
general Ezequiel Marín,
muerto en Santa Rosa (Honduras).
Padre querido, en la orfandad me dejas.
Sumida en el dolor y la amargura,
y es por eso que exhalo tristes quejas
que expresan mi terrible desventura.
Tu cuerpo yace entre la tumba helada,
exento de miserias y dolor,
y tu alma habita la mansión sagrada
que al mártir destinara el Salvador.[2]
¿Y qué soy yo? La huérfana infelice,
condenada a sufrir eternamente,
sin hallar consuelo que suavice
la pena y el dolor que mi alma siente.
Por ti al Eterno mi plegaria elevo
a cada instante con amor y fe,
y a suplicarle en mi oración me atrevo
¡que a tus verdugos el perdón les dé!
Tranquila siento y aliviada mi alma
con la fe que me da mi religión,
que te muestra a mis ojos con la palma
que el martirio en tu mano colocó.
¡Lejos de aquí tu cuerpo inanimado
en su fosa ignorada dormirá!
¡Y tal vez en la tumba del soldado
no da sombra ni un sauce funeral!
¡Mas un día a mi patria volveré
a buscar esa tumba que te encierra,
y a su lado un ciprés yo plantaré,
y con mi llanto regaré la tierra!
San Salvador, 1878.
El Cometa, San Salvador,
15 de junio de 1878.
Mi destino es sufrir
¿Por qué aun en medio del placer yo siento
profunda pena y amargura tanta?
Cuando todo sonríe, todo encanta,
mi triste corazón sufre un tormento.
Tal vez sonrío aparentando calma,
cuando el dolor me hiere y me devora.
Y es que oculta mi risa engañadora
el infinito padecer de mi alma.
Como la débil flor que combatida
por el fiero aquilón dobla su tallo,
así el pesar agostará mi vida,
y cumplirá de mi suerte el fallo.
Cuando al impulso del dolor sucumba
y a las altas regiones mi alma llegue,
no habrá una amiga que con llanto riegue
la humilde losa de mi helada tumba.
San Salvador, 31 de octubre de 1878.
A mi amiga Concepción Loucel
En sus días.
Yo quisiera poseer, amiga mía,
del poeta la sublime inspiración,
para cantar gozosa en este día,
que es tu natal, amable Concepción.
Yo quisiera de flores olorosas
una bella guirnalda colocar
sobre tu frente pura, donde hermosas
las virtudes se miran reflejar.
Y que esas flores, frescas, perfumadas,
con que adornara tu virgínea sien,
fueran las gayas flores cultivadas
en los jardines del perdido Edén.
Y en placeres y fiestas deliciosas,
que tú fueras objeto de ovaciones;
y en notas musicales, armoniosas,
que vivieras oyendo dulces sones.
Pero el destino me negó estos dones,
y en vez de un canto dulce, apasionado,
oirás, tan sólo, tristes vibraciones
de mi laúd, discorde y destemplado.
Mas te consagro la expresión sincera
de mi amistad, sencilla y afectuosa;
acéptala benigna y placentera,
y Dios te hará feliz, te hará dichosa.
Nunca la suerte con impía saña
Vaya a secar de tu ilusión las flores,
de esa ilusión que en nuestra edad temprana
se nos muestra con fúlgidos colores.
Que yo al Eterno mi ferviente ruego
al cielo, a cada instante, haré subir,
para alcanzarte paz, dicha y sosiego,
que así no sentirás lo que es vivir.
San Salvador, 8 de diciembre de 1878.
A la ciencia
Composición dedicada a los jóvenes
redactores de El Estudiante.[3]
Como vienen del sol los rayos bellos
las sombras de la noche a disipar,
y enviándonos sus fúlgidos destellos,
la hermosa luz doquiera hacen brillar;
y despertando del dormir profundo
en que yacía el hombre indiferente,
sonríe al ver iluminado el mundo,
y al Eterno da gracias, reverente…
Así la ciencia, emanación divina,
del mismo Dios destello misterioso,
vivifica la mente y la ilumina,
y le presenta un porvenir glorioso.
Así como esos rayos de luz pura
que el sol brillante por doquier derrama,
a á las tinieblas de la noche oscura
les sucede la espléndida mañana…
Así el alma del hombre, adormecida,
por el sueño fatal de la ignorancia,
a su influjo despierta, y otra vida
él entrevé, de gloria y venturanza.
Y sintiendo que bulle en su conciencia
ese noble deseo de la gloria,
se lanza en el terreno de la ciencia
y hace imperecedera su memoria.
San Salvador, 1879.
A mi querida hija amada
Como un meteoro, ángel mío,
por este mundo cruzaste,
y al Empíreo te lanzaste,
dejando en mi alma el vacío.
Los querubes, hija amada,
a su lado te llamaron,
y en triunfo te presentaron
a la Virgen adorada.
Quizá el Eterno, hija mía,
en su infinita clemencia,
quiso librar tu inocencia
de toda culpa y mancilla.
Por eso, hija de mi amor,
ya que a tu madre dejaste
y a la morada volaste
donde todo es esplendor…
Pide a la Virgen consuelo
para su alma dolorida,
pues es muy triste su vida
desde que estás en el cielo.
Gracias, 13 de septiembre de 1888.
Mi humilde lira
Al bachiller don Pedro Flores.
De los poetas yo deseaba
pulsar el arpa divina,
que armoniosa y peregrina
en mis oídos vibraba.
De la inspiración sentía
arder el fuego en mi alma,
y hasta conquistar la palma
soñaba mi fantasía.
Por eso triste mi acento
en Cuscatlán exhalaba,
y mi mente se extasiaba
con la voz del sentimiento.
Desde niña tributaba
tierno culto a la poesía.
Con su amor el alma mía
enteramente llenaba.
Me embriagaban los cantares
que inspiran al trovador,
ya el placer o ya el dolor,
las flores o los palmares.
De la fuente los rumores,
de los pájaros los trinos,
los celajes vespertinos
o del sol los resplandores.
Y en mi deseo anhelante
de imitar su dulce acento,
lancé mis notas al viento
entusiasta y delirante.
Mas no he nacido poetisa,
sólo soy admiradora
de la diosa arrobadora
que todo lo diviniza.
Por eso en tiernas canciones
de admiración y de amor,
no he dirigido al Creador
mis humildes ovaciones.
Ni de mi patria he cantado
la belleza de su suelo,
la limpidez de su cielo
ni su horizonte rosado.
Coyocutena, que un día
presenció las desventuras
de Lempira, en quien Honduras
valiente adalid tenía.
Celaque, de quien es fama
oculta, inmensa riqueza,
de cuya augusta belleza
mi patria se muestra ufana.
A mi alma han enardecido
con su presencia orgullosa;
su tradición portentosa
mi admiración, atraído.
Y si mi numen tuviera
la sublime inspiración,
como una humilde ovación
yo mis cántigas les diera…
Dices que mis compatriotas
oír desean mis cantos
donde hay ruiseñores, ¡tantos!
¿Cómo sonarán mis notas?
¿Cómo atreverme a pulsar
aa desacorde arpa mía,
si esa dulce melodía
nunca la podrá imitar?
Mas si tu armoniosa lira
que, en concierto delicioso,
expresa el idioma hermoso
que en el Parnaso se inspira…
Quiere escuchar de la mía,
humilde y pobre canción,
al compás de triste son,
estas estrofas te envía.
Gracias, septiembre de 1884.
A una flor sin aroma
¿De qué sirve, bella flor,
que ostentes tanta belleza,
si falta a tu gentileza
el perfume embriagador?
Si la brisa que al vergel
acaricia juguetona,
de ti no lleva el aroma,
como de rosa o clavel.
Creyendo aspirar olores
Se acercan a ti las aves
mas no hallan perfumes suaves,
sólo tus bellos colores.
Y se alejan, y a otra flor
humilde, pero aromada,
la avecilla enamorada
da sus cantares de amor.
Eres tú, flor sin olor,
como la joven hermosa,
de faz de nieve y de rosa,
de aire dulce y seductor…
Que ufana con su hermosura
lo más precioso descuida:
la virtud, bien de la vida,
perfume de una alma pura.
1890.
Diario del Salvador, lunes 15 de enero, 1906.
La senda de la vida
Al cumplir 19 años
mi hijo Álvaro.
En este bendito día
que viste la luz primera,
cariñosa el alma mía,
cuánto hay hermoso te diera,
Ya el perfume de las flores;
del mar, la grata armonía;
y el canto de ruiseñores.
Del poeta: la melodía.
Que apacible tu existencia
se deslice blandamente,
y del dolor, la inclemencia
no empañe tu pura frente.
Para alcanzar la ventura,
que encuentres llano el camino.
Que no pruebes la amargura
de un desgraciado destino…
Pues la senda de la vida
te dará espumas y flores,
amor que en el alma anida,
placeres y sinsabores.
Con tu vida en el albor,
pura el alba y la conciencia,
sin saber qué es el dolor
caminas a la experiencia.
Pido al Eterno a toda hora
que aleje de ti el sufrir.
Que la dicha de la aurora
ilumine tu existir.
Gracias, Honduras, 1905.
Diario del Salvador, lunes 15 de enero, 1906.

NOTAS
[1] Sigo la relación de los hechos narrada por Hubert Howe Bancroft en History of Central America, vol. III, 1801-1887, The History Company, San Francisco, 1887, p. 464.
[2] Se refiere a Jesucristo, y no al país El Salvador.
[3] La aparición de El Estudiante fue anunciada en el periódico El Cometa, en San Salvador, el 12 de septiembre de 1878. Lo describen como una hoja periódica que representa a los estudiantes de la capital, y cuyas columnas demuestran “las nobles y adelantadas ideas que los animan”.
