León Sigüenza: «El tigre y el canario» (fábulas)

Caricatura de León Sigüenza por Lemming (fragmento)

¿Cómo escribir sobre política en tiempos de una dictadura? Por medio de la alegoría, según este fabulista salvadoreño.

León Sigüenza
Introducción y selección de Jorge Ávalos
Caricatura de Lemming
La Zebra | 
#107 | Julio 4, 2025

Introducción

Jorge Ávalos

“La fábula es la manera más política de aconsejar a un tirano y de reprocharle sus faltas”, escribió León Sigüenza (1895-1942), autor de un solo libro publicado póstumamente: Fábulas (1942), que lo convirtió en el mejor y más conocido fabulista salvadoreño.

Típicamente breve, escrita en verso o en prosa, una fábula se distingue sobre todo por ser una alegoría, un término que proviene del griego “allegoréo” y que significa hablar en sentido figurado. La fábula es por naturaleza didáctica y suele ofrecer una enseñanza moral —la moraleja— que es hecha explícita al principio o al final de la historia.

Aunque Sigüenza sugiere que la fábula se originó de forma espontánea en el lenguaje, como la metáfora o el símil, la historia literaria le atribuye su creación formal al escritor griego Esopo (620-560 a.C.), quien se cree fue un esclavo liberado de Frigia. Lo cierto es que la colección de fábulas de Esopo, difundidas a través de las versiones del poeta griego Babrio (siglos I y II a.C.) y del romano Fedro (siglo I d.C.), se ha convertido en una de las más conocidas y divulgadas fuentes de la literatura oral, y son un tesoro de la cultura indoeuropea.

En el idioma español, el género de la fábula fue enriquecida por la tradición hindú del Panchatantra, gracias a la traducción que Alfonso X el sabio (1221-1284) ordenó que se hiciera a partir de la versión árabe, y que se difundió bajo el título Calila e Dimna.

Sigüenza reúne en sus creaciones las tradiciones indoeuropeas que se unificaron durante la edad media, pero con giros costumbristas que lo ubican entre los forjadores de una literatura nacional. La era industrial hace su aparición en su obra cuando convierte al automóvil y a la locomotora en personajes, pero este no es el único indicio de modernidad en su obra. Como “El Tigre y el Canario” lo demuestra, algunas de sus fábulas anticipan el cáustico sentido de ironía que alcanzarían más tarde los dos grandes renovadores del género en Latinoamérica, Juan José Arreola (1918-2001) y Augusto Monterroso (1921-2004).

Sigüenza fue diputado en 1933, al inicio del período del dictador Maximiliano Hernández Martínez, y luego fue miembro del cuerpo diplomático en Nueva York y Tokio. Quizás esto explica su adhesión a un género que le permitió parodiar las costumbres y los personajes de su tiempo sin atraer atención hacia sí mismo. Una fábula se siente intemporal aún cuando es utilizada para atacar una cuestión palpitante.

“El Tigre y el Canario” es un buen ejemplo del arte de Sigüenza, sobre todo porque no necesita de la moraleja al final para hacer sentir el peso de su crítica política. El diálogo entre los dos prisioneros, un asesino y un cantor, potencia el sentido alegórico de cada personaje, contrastando sus personalidades no sólo entre sí sino también con relación al destino unánime de los dos. Así, a pesar de la presencia, en las salas de redacción de los periódicos, de oficiales de gobierno dedicados a la censura, Sigüenza se sale con la suya y publica una alegoría sobre la represión política de su tiempo, que criminalizó, persiguió, encarceló o envió al exilio a muchos intelectuales.

En “Isagoge”, un texto sobre la historia de la fábula, Sigüenza cita a John Malcolm para explicar la importancia de la alegoría en un tiempo de opresión: “Donde la libertad no se conoce y el gobierno es despótico, aun el pensamiento debe velarse. Los oídos de un tirano no soportarían la verdad desnuda y el ingenio tiene que revelarse en una forma que, al expresarse, sea tolerada”.

León Sigüenza en la pluma de Lemming.

Fábulas

León Sigüenza

El Tigre y el Canario

—Sepa usted, señor mío,
que me vanaglorío
de que a su mismo lado
me tengan enjaulado—
le dijo un Tigre al pávido Canario
que también se encontraba prisionero
soportando ese mísero calvario
ni más ni menos como el Tigre fiero.

—Yo también, señor Tigre,
y mientras no peligre,
celebro que a su lado
me hayan colocado—
le contestó el Canario un poco serio.
Y luego le pregunta—: Diga, amigo,
¿por qué es que nuestro pérfido enemigo
lo tiene en tan penoso cautiverio?

—Porque soy sanguinario
—le contestó al Canario
 el terrible felino—.
Y sobre usted, vecino,
¿cuál es la seria acusación que pesa
que lo tiene sumido en tal quebranto?

Y contestó el canario con tristeza:
—A mí me tiene preso porque canto.

La vida, más o menos,
a todos nos da palos;
a los unos por malos
y a otros por buenos.

El Gusano de Seda y el Caracol

El Gusano de Seda —mala prosa
que se convierte en verso por su brillo—
es un vil gusanillo
antes de transformarse en mariposa.

Uno de estos gusanos de importancia
fue amigo de un hermoso Caracol
con quien tomaba el sol
en los primeros días de su infancia.

Pero al llegar la fecha en que trabaja
en el capullo de su propia seda,
el cual presto aboveda
sirviéndole de asilo y de mortaja,

se despidió del Caracol amigo
diciéndole:
—Muy pronto nos veremos
y ya continuaremos
la sincera amistad a que me obligo.

El Gusano se trueca en mariposa
y al contemplar sus prodigiosas galas
y sentirse con alas,
emprendió una ascensión vertiginosa.

Posándose en los pétalos fragantes
y durmiendo en los cálices, solanas,
pasaban las semanas,
sin recordar, quizás, lo que fuera antes.

Gozando de esa vida venturosa
en que liban mieles y alegría,
encontró cierto día
al viejo Caracol, sobre una rosa.

Muy contento le habló el Caracolillo,
pero la mariposa afortunada
le corta y dice airada:
—A usted no le conozco, señor mío.

Contesta el Caracol:
—Yo sí, querido.
Te arrastrabas ayer, hoy tienes alas.
¡Y, a pesar de tus galas,
eres un gusanillo presumido!

¡Orgullo de gusano
tiene también el corazón humano!

A pesar de que a veces trata temas serios, las fábulas de León Sigüenza tienen un candor infantil y aparecen en libros escolares de El Salvador desde la década de 1930.

El Zonchiche y el Zopilote

Dicen que analizada con paciencia
una gota de agua,
se forma fiel concepto de la fuente
de donde es tomada.
Y que si un rayo de la luz recoge
la barra prismática
en él se estudia el sol perfectamente
con pocas miradas.
Sobre el particular he formulado
una de mis fábulas,
que está para el asunto de que trato
como ni pintada.

Hallábase un Zonchiche, entre unas piedras
de su nido estaba,
y por un agujero la cabeza
un poco asomaba.

Un joven Zopilote con sardonia
se rio al divisarla.
—Vaya —dijo—, qué extraña y horrorosa
es esa tu calva.
Con ese cuerpo singular desnudo
de piel colorada,
se han de reír los animales todos
en tus propias barbas.
Contémplame y envidia mi plumaje
Que parece capa,
Que en el invierno rudo me guarece
Del frío y del agua.

—Pues mírame mi cuerpo, hermano mío
—dijo el de la calva—,
y verás si no soy un animal
de tu misma casta.
Solamente me has visto la cabeza
que es lisa y pelada,
y ya juzgas a toda mi persona
también desplumado.

Por una parte no se infiere el todo
ni se infiere nada,
pero esto, sobre todo, es aplicable
a obras literarias.
Pues es una verdad la que hoy repito,
aunque es muy trillada:
a ningún escritor se justiprecia
por una obra mala.

El Perro y el Gato

La Señora Política tenía
un Perrillo faldero,
y un gato zalamero,
a los que acariciaba todo el día.

Por razones que ignoro hasta la fecha,
cambia de domicilio
y busca en el exilio
una senda de luz menos estrecha.

Al compañero Gato dijo el Perro
antes de la partida:
—Nuestra suerte está unida
a la que tenga el ama en el destierro.

El Gato le contesta:
—Yo no puedo
seguirla, caro amigo,
porque en verdad te digo
que soy fiel a la Casa. Aquí me quedo.

El mismo cuento exactamente pasa
en cuestiones morales
donde hay Perros leales
y Gatos que se quedan en su casa.

¿Cambia Doña Política de puesto?
El Perro no la deja
y con ella se aleja;
pero el Gato es leal al Presupuesto.

«El automóvil y la locomotora» de León Sigüenza en una ilustración de la década de 1940.

El Automóvil y la Locomotora

Una Locomotora
le dijo al Automóvil:

—Apostemos
que no llegamos a la misma hora
a cualquiera ciudad que señalemos.

—Querida amiga mía
el Auto cortésmente le contesta—,
no es tu velocidad como la mía.
Voy a ganar. Acepto tal apuesta.

Se ponen en camino.

Ciento veinte kilómetros por hora
hacía el Automóvil peregrino.
Y treinta menos la Locomotora.

Transcurrido algún tiempo
de esa larga carrera interminable
sufrió el Auto un notable contratiempo
pues el camino estaba intransitable.

Y la Locomotora
echando negras bocanadas de humo,
sin encontrar obstáculos, devora
el camino de hierro que presumo.

El Automóvil dijo:
—Va mi competidora muy deprisa
y que la apuesta ha de ganar, colijo
porque sobre sus rieles se desliza.

La apuesta fue ganada
por la Locomotora de mi cuento
y después de la épica jornada
musitó el Automóvil:

—El triunfo está en la mano
del que tiene un ideal bien definido
y no en las del humano
que hubiere su brújula perdido.