Cuatro poemas célebres de uno de los poetas esenciales de El Salvador.
Pedro Geofrroy Rivas
Arte de Carlos Cañas
La Zebra | #110 | Octubre 20, 2025
Vida, pasión y muerte del antihombre[1]
I
Nacencia en el paisaje igual a siempre y olvidado siempre,
incierto, de cenizas amarillas y dulces,
idéntico a sí mismo desde hace quién sabe cuántos vagos y ardorosos milenios,
ecuación desmedida en el preciso instante en que el grito y la sangre se confunden,
allá,
cuando mi madre era más bella entonces
que todos los huertos frutecidos en el sueño con hambre de los hombres.
Milagrosamente,
mi corazón de nube desató sus silencios
y mis ojos con nidos donde van y vienen mariposas y velas
estremecieron la luz al deshojar la planta sin nombre de un recuerdo.
Entonces fue,
en lo más hondo de mi tierra,
entre limos de angustia, despiadados torrentes y lejanos misterios
en vuelcos trascendentes desahogando ríos,
la renuncia fatal,
la escisión fragorosa que se quedó entre los dos como un secreto,
el desgarramiento aquel, único lazo ya que nos unía,
como si alguien arrancase un sueño de repente
y el socavón oscuro quedara empapelado de tristeza.
Con un afán de árboles,
ella desenterró sus muertos para esta mi vida en que culminan diez millones de vidas,
crucificó su nombre en el corte de todos los caminos para mi anhelo alzado y sin fronteras
y nutrió mis raíces en el hueco de una vieja nostalgia de ojos madrugados.
Y fui yo solo entonces a taladrar mi brecha,
prolongando un dolor que me llegaba nadie sabe de dónde,
a llenar mi destino de ser apenas un jabón en el sueño,
a pulir mi diamante, a descubrir mi pozo,
a levantar muy alto unas cuantas banderas de alegría.
II
Un niño triste a veces se me asoma a los ojos,
pálido niño, pálido de silencio y de anhelo.
A veces también lloro por mi frustrada ancianidad,
grito sobre mi muerte lejana y prematura,
sumergido en angustia,
como quien hunde la cabeza en una almohada
para que nadie vea sus latentes racimos de tristeza.
Mi corazón de túnel abierto a la esperanza
se anegó de preguntas al descubrir el mundo.
Flor de monstruosos pétalos que sabían a sombra,
fue deshojando el lento conocer de las cosas.
Mía fue la sangrienta martingala
de pasión despeñada y sin sosiego.
Míos fueron los álgidos delirios de flechas desatadas,
de torrente sin rumbo, de soledad sin alas.
Míos fueron los surcos del hambre sin semillas.
Mía la herida cruenta.
Mío el sonido ciego.
(Como de lentos nudos desatándose,
como de negros faros viejas luces
Que despiertan así, de noche, sin motivo,
Para espantar fantasmas de velas en el sueño,
Como de antiguas tumbas respiración sin sombra,
Como coronas, grillos, o como rejas duras
De cárceles de donde nunca debe salir lo que penetra,
Como helados museos de momias y de trajes sin cuerpos,
Como sueño sin sueños,
Como muerte).
Ah, la respuesta entonces de verdades inciertas.
Ah, la escueta y tremenda negación de la vida.
La mentira a la altura de la sed y la fiebre
Y la atónita espera desangrándose en versos
Y el inquirir sin término y el preguntar por nada.
III
Venían, iban barcos.
De ti, hacia mí. De mí hacia ti.
Iban, venían barcos de ojos y semillas.
Venían, iban barcos sonámbulos, desesperados barcos.
Iban, venían barcos y se iban sobre mares de olvido sin mañana.
Ah, corazón en llamas, desplazado, destruido,
expresando a voz alterna de ansia y alegría,
flor abierta y sangrando su respuesta sin el claro motivo de una sola pregunta,
como tú llegaste contra todas las lógicas del mundo
y ya no podrás irte aunque lo quieras.
Abierta herida abierta en el costado,
voz de antiguos metales con cantar de siempre,
luz transida en mi noche,
desesperado llanto,
sombra mía de sombras que nunca me abandonas,
lenta espiral rodeándome la vida,
persiguiéndome siempre,
perseguida,
dulce nudo,
milagro.
Era en mí, era en mí, era en nosotros como una llama viva,
estaba, estuvo siempre, y tú no lo sabías y yo no lo sabía
y nosotros que nunca los supimos.
Ah, compañera, compañera mía, dueña del mundo, esclava.
Ah, silenciosa mía silenciosa.
En rubias olas altas desatada,
en lóbregas tinieblas la más honda, la más negra, la más desatendida.
Agua sabia de ignorados manantiales,
claro sol de inexistente cielo,
madrugada de amor,
chorro de sangre nueva para mi corazón desamparado.
Tú y yo concretamos el tiempo y la distancia,
limitamos la vida como entre dos paréntesis
y ordenamos el mundo con una geografía inusitada.
IV
De légamos profundos, inconforme,
levantándose absurda, desmedida,
monstruosa de protestas,
agria voz que me agobia,
que me empuja,
que me alza y me sumerge.
Ronca voz que desconoce las palabras,
ancho grito sin fondo,
hosco alarido
descubriéndome entrañas ignoradas,
estrujándome perdidos corazones,
ahogándose gargantas imprecisas.
Ola de agua sin cauce,
inopinada,
violento viento ardiente sin fronteras,
oscurecida voz mía y ajena
resonando en oídos que siempre la esperaron,
envolviendo la sangre en venas nuevas,
encendiendo otros ojos
desatando otra lengua.
Enmohecidos brazos la enarbolan,
puños que antes colgaban,
ruda testuz erguida
negándole al yugo y al inútil arado.
¿De dónde vino a mí?
¿De dónde fue en nosotros?
¿Quién arrojó semillas a los surcos hambrientos?
¿Desde cuándo eran nuestras las estrellas?
De aquí. De allá. Ellos. Nosotros. Desde siempre.
Para qué preguntar.
Lento buzo de fuente humilde y mínima
trajo palabra antípoda para la voz alzada,
desbordada respuesta, ancha, sin tregua,
palpitando en las vértebras mismas de las interrogaciones,
médula joven mía, tensa y firme.
Y a los potros del viento fatigaron los ecos.
V
Vivíamos sobre una base falsa,
cabalgando en el vértice de un asqueroso mundo de mentiras,
trepados en andamios ilusorios,
fabricando castillos en el aire,
inflamando vanas pompas de jabón,
desarticulando sueños.
Y mientras,
otros amasaban con sangre nuestro pan,
otros tendían con manos dolorosas nuestro lecho engreído
y sudaban para nosotros la leche que sus hijos no tuvieron nunca.
Ah, mi vida de antes sin mayor objeto
que cantar, cantar, cantar,
como cualquier canario de solterona beata.
Ah, mis veinticinco años tirados a la calle.
Veinticinco años podridos que a nadie le sirvieron de nada.
Pobrecito poeta que era yo, burgués y bueno.
Espermatozoide de abogado con clientela.
Oruga de terrateniente con grandes cafetales y millares de esclavos.
Embrión de gran señor, violador de mengalas y de morenas siervas campesinas.
Y me he muerto en la flor de los años y a media carcajada de la vida,
cuando era una promesa para varias familias
y una clara esperanza para dos o tres patrias.
(¿Cuántas niñas cloróticas lloraron sobre esta mi muerte sin sentido?)
(¿Cuántos borrachos repitieron entre hipos mis inútiles versos?)
(¿Cuántos curas rezaron por el descanso eterno del alma que no tuve?)
Y descendí también a los infiernos.
He visto al hombre desnudo y tembloroso
purificarse en llamas de miseria.
He visto al hombre en toda su terrible verdad,
en su espantosa y sublime verdad,
revolcarse en los lodos de las más cruentas y salvadoras objeciones,
empinarse en los inicuos pedestales de las más íntimas y dolorosas bajezas
y surgir transparente de los fuegos de su propia recriminación.
Y también me levanté de entre los muertos.
Violento, desatado,
como un huracán recién parido,
colgado de mi angustia,
despeñado en mis ímpetus,
con los ojos cuajados de asombro y la palabra apenas murmurada
dejando todavía acre sabor de sangre entre los labios,
cargado con el enorme peso de la respuesta única,
ardido en los crisoles de hondos regocijos,
resurrecto en la alegría fecunda y madrugada
que puso en mi cariño dos radiosas auroras proletarias.
Y el camino fue ancho y la luz fue más viva.
1936
Amargo amor
Amargo más amargo amor que lo amargo
el beso que me quema la memoria.
Qué fugaz amargura transitoria
y que eterna amargura, sin embargo.
Al proclamar tu amargo su victoria
despertó el corazón de su letargo.
Oh total amargor el de tu amargo
en la amargura proclamando gloria.
El amargo terrible en que me pierdo
se me ha quedado entre los labios preso
haciéndome olvidar toda dulzura.
Ya no quiero saber de otro recuerdo
pues recordar lo amargo de tu beso
es vivir añorando la amargura.
1958
Ay, Tata Feliciano Ama
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
Tus duros labios callaban
con tan tremendo callar
que los mismos que te odiaban
no te podían mirar
y hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar.
Los que de la cuerda halaban,
¿cómo pudieron halar?
Cuando tus ojos miraban,
¿cómo pudieron halar?
Pues si tus labios callaban,
¿cómo pudieron halar?
Tus hondos ojos hablaban,
¿cómo pudieron halar?
Si hasta el alma temblaban
cuando te iban a colgar,
los cobardes que te odiaban,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
De Tutecotzímit venía
tu sangre en terco golpear,
tu altivo mirar tenía
profundidades de mar.
¿A qué acento respondía
tu despiadado callar?
¿Qué amanecer presentía
tu incansable batallar
en el alma de ese día
cuando te iban a colgar?
Si el alto volcán rugía,
¿cómo pudieron halar?
En el alba de ese día,
¿cómo pudieron halar?
Si de tu raza bravía
todo el tremendo callar
en tus ojos refulgía,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata Feliciano Ama,
ay, que te van a colgar!
De lo alto de una rama,
Tata, te van a colgar.
¡Ay, Tata, qué pena dura!
Pero no voy a llorar
junto a tu muerte madura.
Tu nombre voy a gritar,
tu nombre de fruta oscura,
tu verde nombre de mar,
y tu semilla segura
en mi canto he de llevar
hasta la tierra madura
donde la ha de cultivar
otra mano firme y pura.
Pero nadie va a llorar
por esta pena tan dura,
¿cómo pudieron halar?
Si en tu muerte se asegura
la firme semilla oscura
de otra vida digna y pura,
¿cómo pudieron halar?
¡Ay, Tata, qué pena dura
la que hoy me hace cantar!
¡Ay, Tata, fruta madura,
nunca te podré llorar!
Rito para dormir a una culebra
Chin Chin Tor
sumba sumba sumba
chin chin tor
Donde andás
ta ma gas
Chin Chin Tor
sumba sumba sumba
chin chin tor
Allí estás
ta ma gas
Chin Chin Tor
sumba sumba sumba
chin chin tor
Dor mi rás
Chin Chin Tor
Ta ma gas
Sumba sumba sumba
Dor mi rás
Chin chin tor
Dor mi rás
Sumba sumba sumba
Ta ma gas
Chin chin tor
Dor mi rás
Dor mi rás
Mi rás
ssssss sssssssssssssss sssssssssssssssssssssssssss
NOTA
[1] La publicación original data de 1957, bajo el título “Lo demás fue poesía”, y en ella cada sección contenía títulos y citas de poetas universales; pero el mismo poeta, Pedro Geoffroy Rivas, las eliminó eventualmente, y el poema se hizo famoso con el título que ahora conocemos, “Vida, pasión y muerte del anti-hombre”. A pesar de esto, es la primera versión la que se incluye en la edición de su poesía completa. Consideramos que esto es un error, y que la decisión del poeta de quitar esos añadidos siempre fue la correcta, pues permiten que el poema se presente en su mejor forma: como una expresión desbordante de emociones, con un andamiaje intelectual y lírico que crea su propio universo verbal, tan íntimo como preñado de historia. [Nota del editor de La Zebra, Jorge Ávalos]

PEDRO GEOFFROY RIVAS (El Salvador, 1908-1979). Influyente poeta, antropólogo y lingüista salvadoreño, cuya obra marcó profundamente la literatura y el pensamiento crítico en El Salvador. Estudió Medicina en su país natal, pero en 1931 se trasladó a México para cursar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se graduó en 1939 con una tesis sobre la teoría marxista del Estado. Fue un intelectual comprometido con las causas sociales y políticas de su tiempo. Su poesía se caracterizó por una fuerte carga de denuncia, especialmente contra la represión indígena tras el levantamiento campesino de 1932 en El Salvador. Además de su labor poética, Geoffroy Rivas destacó como antropólogo y lingüista, realizando estudios sobre la lengua náhuat y el español hablado en El Salvador. Fue miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua y recibió el Premio Nacional de Cultura por su contribución intelectual al país. En poesía publicó: Canciones en el viento (1933); Rumbo (1935); Para cantar mañana (1935); Sólo amor (1963); Yulcuicat (1965); Los nietos del jaguar (1977); y Vida, pasión y muerte del anti-hombre (1978). En el campo de la antropología y lingüística, publicó: Toponimia náhuat de Cuscatlán (1961, revisada en 1973); El español que hablamos en El Salvador (1969 y 1975); El náwat de Cuscatlán – Apuntes para una gramática tentativa (1969); y La lengua salvadoreña (1978). En Mi Alberto Masferrer (1953), recopiló una selección de las columnas de opinión de ese pensador salvadoreño. Pedro Geoffroy Rivas dejó un legado de pensamiento crítico, libertad expresiva y defensa de la identidad cultural salvadoreña. Su obra continúa siendo referencia obligada en la literatura centroamericana.
