Alirio García Flamenco: «Lo que vio el Negro» (humor)

El humor surreal y transgresor de un periodista indígena del diario Patria en los años 30.

Alirio García Flamenco
Introducción de Jorge Ávalos
Arte de Salarrué
La Zebra | 
#103 | Marzo 26, 2025

I. Introducción

Por Jorge Ávalos

Alirio García Flamenco (San Salvador, 1909-1953) fue un periodista y activista político de origen indígena. Trabajó en el periódico Patria, donde fue reportero, pero también contribuyó con artículos humorísticos bajo dos seudónimos. El primero de ellos era “Andarín Curioso”, que usó para la sección “Cuñitas”, la cual se nutría de sus jornadas por la ciudad. El segundo era “Pakún”, para la columna “Reguiletes”, en alusión al fruto negro del árbol nativo pacún, dado que era conocido como “El Negro”, por el tono oscuro de su piel.

Según Juan Felipe Toruño, era “satírico y correcto en su dicción”.[1] Salvador Cañas, que celebró en un artículo la franqueza de su risa, lo describió como un indígena que llevaba “la raza en el corazón, en la sangre, en la mente”, y que luchaba “por redimir a los suyos” (hemos incluido este homenaje de Cañas al final de esta publicación).

En un célebre ensayo publicado en Patria en 1931, “Cómo interpretó a Gabriela Mistral un indio salvadoreño”, García Flamenco abogó por un arte autóctono que requería el despertar de la “Gran Raza”, en alusión a los pueblos indígenas oprimidos, por medio de una educación y una cultura a la que se le tenía que desmenuzar “la costra europea”:

«Nuestro destino depende, en gran parte, de la forma en que se lleve a realización el desmenuzamiento de la costra europea Y sin pretender hacer a un lado, completamente, lo que puedan suministrarnos las viejas culturas, tenemos enfrente un problema que resolver orientándonos por el verdadero sentido autóctono. La melcocha romántica que nos ha enfermado tanto, que nos ha minado en nuestra raíz, debe desaparecer por completo. Los americanos, así como los griegos y latinos, somos poseedores de un caudal inconmensurable de poesía, que nos está gritando que resulta inútil y perjudicial, sobre todo esto último, saturamos de extranjerismos.

Lo que necesitamos, lo que urgimos en la hora presente, es educar a la masa, rehabilitarla en sus dotes poéticas que, como las demás del Arte, se le quitaron al sonar en las vírgenes montañas las armaduras belicosas de los conquistadores.

[…] De aquí se desprende que sólo dormida está la vena poética de los descendientes de la gran Raza. Y está sonando ya la hora de despertarlos. ejerciendo sobre sus mentes una completa liberación, sacándolos de la ignominia en que se desarrolla su existencia y llevándolos a las escuelas y a los centros de mayor cultura, en donde puedan, depurándose de toda caparazón tristísima, ofrecer en una lírica nueva y muy nuestra, toda la inspiración de la Raza.»

Sus artículos humorísticos, publicados bajo el título común de “Reguiletes” en el suplemento cultural Vivir, de Patria, parecen ser improvisaciones: recurren al disparate por medio del juego de palabras, de la inusual asociación de ideas y de la dislocación del sentido de los conceptos cotidianos. El efecto es surrealista, y muy a menudo nos sorprende con imágenes brillantes, pero su intención es satírica: desmontar las falacias detrás de las presunciones y los prejuicios sociales.

Y es así como Alirio García Flamenco nos ofrece algo más que crónicas: sus textos humorísticos también nos ofrecen sus ojos, su mirada tan particular, su sensibilidad tras la risa franca.

2. Textos humorísticos

Por Alirio García Flamenco

Andarín es pueta

No es mía la culpa. La necesidad me enseñó el oficio. En El Salvador la puesía es trabajo manual, como hacer adobes. Con las dos manos y los diez dedos hace usted versos rimados o arrimados, que viene a ser igual en el país de los sordos. Consonante o asonantes, verdades o disparates escritos en chorrerita, luego la firma y la fecha, y puede, ¡por Dios!, cualquiera, echarse a la faltriquera, no digo que una peseta, mas sí el título de pueta.

Aguante, lector, el siguiente —laureable— poema:

BUSCANDO… TRES PIES AL GATO

Buscando cuñas
y astillas,

me fui por los arrabales,
a veces entre barriales,
aún a riesgo de romperme
las uñas
y las costillas.

¿Sabe lo que vi, lector?

En todas partes mesones,
inmundas habitaciones,
de bestias (o de gusanos)
que llaman seres humanos.
¿En esos sitios malsanos,
de perenne calentura,
habitan los ciudadanos
que harán patria futura?

La ciudad civilizada,
la gran ciudad asfaltada,
la ciudad de los mesones
(léase los chiqueros),
tiene casas para humanos
donde viven
rezongando
los marranos.

Pero los hombres, lector,
ya no saben ni sentir,
ni mucho menos decir
su dolor.

¿Qué tal? ¿Soy pueta o no soy pueta?

Andarín Curioso, “Cuñitas”,
Patria, agosto 12, 1931.

Los pies

Hay dos clases de pies: los pies que esperan de pie y los pies que esperan sentados. También hay pies descalzos y pies calzados, sólo que para ser descalzo es necesario ser calzado, porque un descalzo es siempre calzado (de cal, lleno de cal), y no puede sentir nunca la delicia de estar descansado que es estar descalzado. Cuando le dicen a uno que una persona tiene seis pies de estatura, uno no sabe si pensar en pies descalzos o en pies calzados; también se me ocurre la idea de una estatua con seis pies como una araña, por aquello de que estatura viene de estatua.

Esperar de pie es una cosa terrible, sobre todo si la espera es larga. Las garzas lo acostumbran y no les molesta (según un tratado de cocina que tengo en trato). Hay que esperar de pie, es decir con las dos plantas sobre el suelo, cuidando mucho de no arraigar, apretando mucho los dedos que tienden siempre a buscar con las uñas el terreno para probar que son plantas de pies, que bien podrían fructificar (callos, por ejemplo, que no tienen semilla o que por lo menos no se milla).

“Quien espera desespera”, dice un proverbio, con lo cual se asegura que no se puede ser para nunca, y es muy lógico, sólo las peras son peras y no se le puede pedir peras al homo.

Los zapatos son casas de pie que tienen la puerta por el techo, aunque algunas veces las hay con ventanas. Casas absurdas, completamente contrarias a las de los hombres, tan contrarias como si tuvieran la cabeza en los pies, pues hasta la chimenea apunta en ellas para el suelo, no explicándose uno como puede así echar humo, aunque a veces lo echa, como en el caso de las mujeres presumidas de elegantes que usan unos tacones insolentes (insolente quiere decir visto con lente en el sol, o lo que es igual: persona que gusta de mostrar todo lo que tiene y todo lo que no tienen los otros).

Patria, febrero 12, 1932.

Los cadáveres

El hombre es un ser poco definible. Bancroft lo define (darle fin) como un cadáver ambulante.[2] Más bien resulta ser un portador de cadáveres. En cuanto un hombre se marcha, lo primero que se encuentra es su cadáver, es decir, el cadáver que portaba para hacerse visible.

Toda persona es un cadáver más o menos prematuro. Vivimos en un cementerio jugando a que somos hombres. Nos armamos de un cadáver y vamos de tumba en tumba danto tumbos hasta que el traje nos está estrecho, o demasiado holgado y nos vemos obligados a dejarle tirado. Los otros cadáveres, los cadáveres habitados aún, lo recogen y después de hacer como que lloran y como que se afligen, según el formulario de los cadáveres, se lo llevan a un hoyo y le echan tierra encima.

Los cadáveres se cortan tiernos en el vientre de los cadáveres grandes (de algunos, no de todos), y crecen rápidamente echándoles todos los días cosas por la boca. Mientras no se les abandone, no se descomponen. Parece ser que la curiosidad es el motivo de que un hombre decide meterse dentro de un cadáver. Por las ventanillas se puede ver un mundo nuevo, el mundo de los cadáveres en el cual los hombres son invisibles.

Patria, febrero 16, 1932.

3. Un homenaje

La risa del negro García Flamenco

Por Salvador Cañas

Frescota la risa del negro García Flamenco.

Como venida de la entraña, hasta estallar en su boca gruesa, así suena la risa de este negro.

Su psicología de muchacho de carácter vertical, que no sabe de medias tintas ni de caminos tortuosos, está en su risa amplia.

Bajo de estatura, pero musculoso, parece nacido en el campo, calentado este negro por nuestro sol. Fuerte y ancho como si fuera boxeador o campesino acostumbrado a dominar toros. Este negro García Flamenco da la sensación de salud cabal. Así, su risa es sanota y repercute.

Él y Francisco Luarca se enorgullecen de ser indios. Sienten la raza en el corazón, en la sangre, en la mente. Luchan por redimir a los suyos. A García Flamenco y a Luarca no los adultera la vida de la ciudad. Siempre sencillos: en el pensamiento y en sus quereres. Nada de poses. Los dos son de una rectitud inquebrantable.

Mis compañeros de Patria: Salarrué, silencioso y creador; Guerra Trigueros, filósofo y de un nerviosismo agudo; Castellanos Rivas, Hombre; Morales Pino, de ojos asustados ante la vida; Chaconcito, el de los números que no estiran ni encogen. Y el negro García Flamenco, que cuando escribe lo hace bien y como varón.

Siempre suena su risa de buena ley. Pero algunas veces llega sombrío. Algo serio debe ocurrirle al negro. Porque su corpachón no es accesible a las dolencias y su almota no es pronta a las tristezas enfermizas. Al siguiente día viene, lavado de esas cosas lúgubres, y su risa frescota vuelve a estallar.

Cuando se haga doctor, que no se entiese y dogmatice, no. Que siga siendo el muchacho de hoy, que ríe de todo y hasta de sí mismo. Que no pierda jamás eso tan suyo, tan personal: su risa lanzada a los vientos con la amplitud del hombre entero.

Patria, revista “Vivir”,
diciembre 2, 1931.


NOTAS

[1] Toruño, Juan Felipe. Un viaje por América: Itinerario. Ediciones “Orto”, San Salvador, 1955, p. 306.

[2] Se refiere a Hubert Howe Bancroft, quien en su historia de México, habla de que, previo a su muerte física, Moctezuma se convirtió en un cadáver viviente (“a living dead”).