Noé Lima: «Si el karma existe…» (opinión)

¿Cómo entiende un poeta de la América Central el universo de falsedades de la política? He aquí una respuesta.

Noé Lima
Caricatura de Lemming
La Zebra | 
#107 | Julio 2, 2025

¿Para qué sirven los poetas muertos en los países bananeros, esos paraísos sudorosos gobernados por dictadorzuelos con charreteras doradas y discursos eternos? Quizás para adornar los billetes devaluados, bautizar alguna que otra biblioteca vacía o inspirar discursos patrióticos que nadie escucha. Pero, sobre todo, sirven para lo imposible: inventar mitos donde solo hay ruinas, pintar esperanzas sobre paredes agrietadas y hacer que el caos parezca una forma avanzada de poesía. Porque si algo hemos aprendido es que, en estas repúblicas del absurdo, los poetas sólo alcanzan la inmortalidad cuando ya no pueden protestar.

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Ningún político es tu amigo. Ninguno. Aunque en campaña se acerquen con una sonrisa fingida y los brazos abiertos, cargás todavía la mácula de aquel abrazo sudoroso, tan fingido como su discurso. Llevás grabada en la memoria la imagen patética de cuando besó al niño con desnutrición y acarició la cabeza del anciano desdentado, sucio, olvidado por el mismo sistema que ellos administran. Después de esos actos teatrales, imagino que corrieron a lavarse hasta con agua bendita, desesperados por no cargar consigo el mal ajeno, el aliento del pobre, ese que tanto odian porque, en el fondo, les recuerda a lo que fueron, a lo que niegan. Tal vez su rencor viene de allí, de ese reflejo que detestan. Porque sus padres o abuelos son ese espejo, esa vitrina añeja de dónde vienen, pero a la que jamás volverán a mirar sin asco.

Ningún político es tu amigo. No lo ha sido ni lo será. Ellos se erigen como defensores del “estado de derecho” y de las “tradiciones” solo para preservar los privilegios de su casta. Llegan sin un centavo y salen millonarios, con las manos limpias y los bolsillos llenos, mientras vos, ciudadano común, servís como la escalera sudorosa por la que ascienden con zapatos lustrados. Vos y los tuyos son el peldaño, el sacrificio, el anonimato sobre el que ellos construyen sus apellidos cómodos y sus casas con vista al olvido.

Ningún político es tu amigo. Cuando la ambición desborde sus límites —y siempre lo hace—, serán ellos quienes velen por tu muerte o tu desaparición. Te silenciarán con mordazas, con decretos, con eclipses llenos de hematomas. Y si acaso fuiste digno, si hablaste con coraje, si te levantaste con honor, tal vez —solo tal vez— te premien con una calle rota, olvidada, de esas que tienen más cráteres que asfalto. Una calle con tu nombre, escrita mal, torcida, para que nadie la recuerde.

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Si el karma existe —ese cobrador silencioso que no olvida ni las ofensas envueltas en corbata—, o si todavía hay algo del viejo castigo divino que las abuelas invocaban entre sus rezos y suspiros, entonces no quiero imaginar el destino final de Donald Trump y sus presidentes satélites, girando como lunas descompuestas en la órbita de su ego de gas venenoso.

Porque si existe justicia en alguna galaxia —aunque sea lenta, aunque llegue cojeando como tragedia griega—, el final debe estar escribiéndose en tinta corrosiva, como los pasajes malditos del Apocalipsis o los capítulos censurados de Suetonio. Tal vez Trump se crea un Nerón del siglo XXI, afinando su Twitter mientras el mundo arde, creyéndose César entre ruinas, pero sin lira y con peluca.

A su alrededor, los caudillos tropicales lo imitan como loros en traje de gala; presidentes de opereta, bufones de república bananera, que se disfrazan de patriotas mientras tallan su propio busto en mármol blando. Se reparten banderas, micrófonos, constituciones. Y repiten con fe robótica sus poses, sus mentiras, sus manías, como si la estupidez fuera una doctrina apostólica.

Pero si el karma tiene memoria —y sentido del humor—, llegará el día en que ese teatro se desplome. No con truenos bíblicos, tal vez, sino con algo más humillante: el olvido. La risa. El silencio frío del tiempo pasando factura. Y si no hay justicia cósmica, si no baja ningún rayo, al menos queda la sátira: esa venganza dulce que la historia se reserva para los bufones que quisieron ser reyes.

Donald Trump – caricatura de Lemming.

NOÉ LIMA (El Salvador, 1971). Poeta y artista plástico. Fue miembro fundador y director del grupo literario Tecpán, de la Universidad Dr. José Matías Delgado. Fue miembro del equipo coordinador del «suplemento cultural Altazor», del diario El Mundo, de El Salvador. Algunos de sus libros son Efecto residual (Ediciones Mundo Bizarro/Barco Ebrio, Guatemala, 2004); Erosión (Editorial X, Guatemala, 2015); Un insecto empalado en tu seno (Proyecto editorial La Chifurnia, San Salvador, 2015); Zumbido (Editorial Ixchel, Tegucigalpa, 2017), Gula (Cafeína editores, Guatemala, 2020) y, recientemente, apareció en la revista La Universidad de San Carlos, de Guatemala; Crear en Salamanca, Castilla y León, España y en Altazor, de la fundación Vicente Huidobro, Chile. Su más reciente libro de poesía es La cicatriz del canto (La Garúa, Barcelona, 2021).