Josué Andrés Moz: “Breve autobiografía del caos” (poesía)

Poesía de imágenes encarnadas y desgarradas, de un poeta salvadoreño de la última promoción.

Josué Andrés Moz
La Zebra | # 43 | Julio 1, 2019

Mister cop

(A Carla Ayala y Daniel Alemán)

No necesito calzar su uniforme para hablar de la muerte
ni conocer el oscuro abecedario que le besa los dientes, señor policía.

Dígame entonces
qué hacemos con sus tatuajes,
dígame
dónde esconder la dentada silueta de su miseria,
qué hacer con esa tristeza de no poder meter sus manos bajo mi falda,
de no poder llevar mis tacones,
con esa rabia luminosa que lo hace querer romperle los dientes a mi hermano.

Perdone, señor policía,
que sea tan directo,
perdone mi tristeza.

Perdóneme, señor policía, por no ser uno de sus muertos,
por no sonreírle trágicamente a sus compañeros en la patrulla,
por no estarme pudriendo en bartolinas,
por no dejarme fabricar las pruebas necesarias,
por no agachar la cabeza y caminar bonito frente a su sombra
de un metro treinta, de un metro ochenta.

Acá la noche se nos mete por los pulmones,
acá los billetes tienen el rostro de lo que hemos perdido.

No necesito los cuchillos,
no necesito los balazos,
no necesito verlo agitar su soledad en el asiento del copiloto.

Míster cop-burbuja negra-the policeman,
¿Cuántos gemidos le caben en la punta de la bota?
¿Cuántas cicatrices dormidas lleva en el eco de sus manos?
¿Cuántos desiertos han tejido las arañas en la boca de su mujer?
¿Cuánta ausencia soportan los delgados huesos de su hija?

Yo lo conozco, señor policía,
no necesita taparse el rostro para mí,
no tiene porqué arrodillarse frente al Cristo,
ni llevar más ceniza en su frente que la que lleva en las manos,
no necesita demostrar que nació con alacranes en los ojos;
yo escucho desafinar esa canción desde que desapareció a su compañera,
yo conozco su dulce ritual de sangre,
yo sé de la potencia hidráulica de sus mandíbulas.

No se preocupe, señor policía,
yo traigo mis propias bolsas negras
para ahorrarle el gasto
y las molestias.

Válium

No abras la puerta madre
en esta habitación hay un canto siniestro de fármacos & jeringas
un hombre pronunciando el nombre de la tristeza
un hueso deforme que asemeja la dureza del corazón

Madre detrás de mis ojos están los ojos muertos de mi hermano
detrás de mis manos de mi voz de mi angustia de mi sombra iluminada por las moscas

Madre no abras la puerta
puede ser que las bestias arrullen el alma de tu hijo
que los chacales extingan su cordura sobre mi carne
que mi risa recuerde a una mañana lluviosa en el cementerio

Madre ¿quién está parado al otro lado de mis años?
¿quién se ríe de nosotros & voltea su mirada hacia la tumba?
¿cuántas veces mis lágrimas te han quebrado los ojos
& pulverizado caricias que dejaron los fantasmas de los últimos años?

Qué vergüenza haber nacido muerto qué vergüenza haber nacido
en este oficio eterno de Caín levantando reinos
con este espíritu de Lázaro ignorando la voz de Cristo
con esta geografía de labios sin labios de rostro sin beso
con estas treinta monedas de plata sobre mi lengua

No abras la puerta madre
puede que te encuentres retratada sobre mis ojos
que la primera palabra que escuches
la hayan escrito los escarabajos entre mis dientes

Krokodil

Hoy comienzo a escribir como quien llora.
Antonio Colinas

Odio el nombre de mi país por no poder salvarme
William Alfaro

I

Primero dios,
segundo dios,
tercero dios…

Abro mi garganta,
juego con la voz de mis amigos muertos
pronuncio —animal adentro—
el abundante sargazo a las orillas de mi sangre.

Alguien clava su cuchillo:
extraviado espejo de la infancia,
limpia marca del derrumbe.

En mi alma dislocada bajo todos los puentes
los hombres entienden que es inútil encariñarse de los pasos perdidos.

II

Mi país tiene un nombre que no le pertenece
unas piernas rotas para correr tras el amor
del dios: eternayamargamentedormido,
para permanecer en una bolsa plástica,
y desayunar escuchando el concierto de los gusanos,
para volverse olvido en el olvido,
armario del silencio,
cadáver sepultado a veinte metros de casa.

Putrefacta mi sangre buscando la tuya
celebrando mi funeral
antes de que nadie encuentre mi cuerpo,
antes de que todos lloren el tuyo
(tu cuerpo sobre el asfalto,
con toda la rabia del hombre
con todo el amor de dios).

Tierno siempre dios
tierno su abrazo de plomo, su beso de alambre,
su lengua piadosa lamiendo orfandades.

Todo es un regresar a través de los pasos,
mil novecientos ochenta – mil novecientos noventa y dos,
un viaje inconcluso por la espalda de la bestia,
un desierto bífido, un colmillo roto de coyotes en la sangre,
una vigilia inútil de madres esperando escuchar el golpe de la puerta,
un amanecer con ramos de brazos en el jardín,
un hematoma en el ojo derecho, el puño cerrado de tu padre,
los trece segundos en el suelo, las costillas rotas, la boca azul,
la vecina que mandó a su hijo a morir en otro país,
las primeras cuarenta y ocho horas en bartolinas:
los diez miligramos de desomorfina al jalar el gatillo.

Poema para leer en un bar al sur de la ciudad

Para Alberto López Serrano, Erick Arévalo,
Jorge López, Fredy Mejía y José Aguilar,
porque cada uno tiene un motivo legítimo para amar la noche.

Cierra la botella sobre tus ojos
su caliente párpado luminoso.

Desaprendimos la forma de amar sin esperar la certeza de los dados,
entendimos que el sueño le ha sido negado a quienes desearían olvidar las respuestas.

Desde hace años
es tiempo de llorar la más amarga de nuestras risas.

Abrir la ventana es encontrarse con todas las puertas cerradas.

Entre nosotros
la respiración de los escombros,
el ojo vacío que nos recuerda el incómodo giro de la ruleta,
las agujas en los relojes & los brazos,
los tímidos acordes de los insectos,
la nieve amarilla escurriéndose en los pulmones.

Ninguno aquí es distinto a una estrella que se apaga.

Todos iguales a una repentina canción de tres minutos & medio
cuyas líneas nunca humedecen nada entre las piernas
pero que sí conocen de banderas podridas en los ojos.

Ladrillo tras ladrillo los signos cobran sentido,
en estas paredes donde la inocencia es la antítesis de la sombra,
donde una llave es suficiente para todas las puertas,
donde la noche dura lo que permita la doble cara del llanto.

Discurso roto
(o Breve autobiografía del caos)

A partir de la serie ‘’pulpos’’ de efraín caravantes

Hecho de nada soy, por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido

Jaime Torres Bodet

El niño es capaz de ver la muerte
donde el anciano sólo encuentra el artificio.
Elías Marín

El cuerpo no soporta el espíritu.

De nuevo hablo de mi carne,
absoluta representación de la renuncia.

De mi costilla: el vacío. Nada nace de mí,
ni siquiera esta lágrima de piedra que se humedece en el poema.

& observo,
lo hago con la ceguera de quien lo ha perdido todo
& sostengo mi corazón como quien entrega un acantilado a los niños.

Más allá de mi puerta
ningún latido

(hijo bastardo de la transparencia de los días,
único huésped de los otros que me habitan,
herida predecible para quienes han visto mis ojos)

¿& hasta dónde llegará mi canto
si todos quieren hablar,
si no calla el cráneo & se rompe,
si todos adentro escriben una fiesta con mi sangre,
si yo escribí mi epitafio allá por mil novecientos noventa & cuatro
& falsifiqué mi ternura para no arruinarle a todos mi infancia,
si la vejez enferma & los enfermos se consideran la última costilla
& no comprenden que los golpes no son sino un eterno retorno
& que cada patada en el rostro del padre
es un puño cerrado sobre los años
& una voz temblorosa que regresa con un megáfono
entre los huesos?

De mi costilla: el vacío. Ninguna herencia para nadie.
El círculo perfecto de todos dentro.
El círculo perfecto de todos fuera. & mi voz:
este pájaro dormido que despierta a quienes lo imaginan muerto,
la enumeración incesante, esta procesión de ídolos rotos
& cuerpos sin rostro. Anónimo el dolor para romper la piel,
para partir las ventanas frente a la negación de la sombra
porque otras son las guerras de este tiempo, la pólvora & los perros,
porque el cristo es el mismo desde el principio de los muertos

Ahora nos queda el ruido: un laberinto nunca transparente,
la caricia invertebrada de lo que no se nombra, la mano sobre la pierna,
el juego inocente de las navajas en la garganta, de los periódicos en la sien.
¿& quién quiere salir si allá afuera es igual el aroma del fracaso?

No se necesita luz para comprender la rosa.
No se necesitan labios para saborear el beso.
Lo que quiero decir: no se encuentra en las palabras.

 


Moz

JOSUÉ ANDRÉS MOZ (El Salvador, 1994). Poeta y gestor cultural. Actual estudiante de la Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador. Su poesía se ha publicado en revistas literarias y en antologías, dentro y fuera de su país. Publicó Carcoma (Editorial La Chifurnia, 2017) y Pesebre (Editorial La Chifurnia, 2018). Miembro de Fundación Metáfora. Miembro del equipo coordinador del Festival Internacional de poesía “Amada Libertad”, y director de los ciclos permanentes de poesía: “Los Heraldos Negros” y “La noche del Albatros” Ha participado en el Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala, 2018), en el Primer Encuentro Centroamericano de Escritores Edilberto Cardona Bulnes (Honduras, 2018) y participó como ponente en el Primer Congreso Centroamericano de Literatura (USAC, 2019).