Recuerdos con el multifacético artista salvadoreño que ilustró el Popol Vuh y fue llamado el primer hippie de El Salvador, in memoriam tras su fallecimiento el 9 de febrero, 2022.
Gustavo Pineda
Arte de Pedro Portillo
La Zebra | # 74 | Febrero 10, 2022
Navegábamos rumbo a Los Planes de Renderos en medio de un mar de niebla y tinieblas con Chepe Santos, mi amigo de siempre, a quien le había contado una historia: había adquirido un antiquísimo puñal sacado de no sé dónde cuya empuñadura era extraña: dos mujeres bellamente labradas en bronce, entrelazadas con dos serpientes. Me había salido barato pues el vendedor me había dicho que “lo había desesperado”. Los días siguientes fueron de intensas señales que indicaban que yo estaba en peligro grave. Una aprehensión me empezó a asfixiar y entonces decidí ir donde Pedrito Portillo, conocedor de estos temas, para hacer algún cambalache por algo menos fuerte.
Corrían los años de la guerra y llegar a altas horas de la noche a la casa de Pedro, en las cercanías de la Puerta del Diablo, territorio de los escuadrones de la muerte, era realmente aventurado. Al llegar a la casa estilo colonial en la punta de una colina, había que tocar una campana, la sonamos con cierto miedo y esperamos. Súbitamente se abrió la puerta y de ella salió una nube con fuerte olor a petate quemado y un coro de carcajadas; San Simón se vislumbraba entre el alegre humo fumando un puro. Pedrito Portillo tenía una reunión con otros amigos de la época hippie y nos convidaron a cervezas. La conversación era muy amena e irreverente, se reían del mundo y del universo como la historia china de los tres monjes budistas cuyo oficio era pregonar la risa. Después de esa inesperada y refrescante velada, regresé al valle de San Salvador con una cabeza de San Juan Bautista. Cuchillo por cabeza fue el cambalache.
Como buen shamán, Pedro conocía de las viejas tradiciones: “Panchimalco, lugar de escudos y banderas”, me decía Pedro, “era un lugar de convergencia de varias tribus para ejecutar rituales de primavera. Estas tribus tenían diferentes símbolos pintados en sus estandartes, unos tenían una estrella, otros una fruta o un pez, etc. Los curas prohibieron esas ceremonias así que los indígenas se fueron al cerro el Chulo. Las fogatas se podían ver desde Panchimalco y por esto, los curas dijeron que ahí llegaba el Diablo. Posiblemente de ahí el nombre de la Puerta del Diablo”. Otro de sus interesantes planteamientos: “Fijate Tavito que cuando uno come hongos, se ven un montón de seres elementales pequeñitos, eso me hace pensar que la imagen del Cipitío, con su sombrero, es una representación del hongo alucinógeno personificado igualito a las piedras-hongo precolombinas…”
Pedrito Portillo había transitado diversos mundos y esto incluía de manera especial, el indígena. Los abuelos mayas lo habían llevado a las entrañas de una cueva por el volcán Atitlán, donde el pobre Pedrito tuvo que enfrentar sus propios miedos y desde entonces, profesó un profundo respeto (más que respeto, amor diría) por la espiritualidad indígena. Sus pinturas testimonian eso. Hay un cuadro que Pedro pintó: es la narración del Popol Vuh (o Pop Wuj) que transcurre circularmente en un mandala genial. El manejo estético y simbólico de la cosmovisión mesoamericana era en Pedro, una virtud. Quizá por eso, un Abuelo Maya, Tata Cirilo Pérez le dijo alguna vez: “¿Y para qué querés aprender de brujo maya? Si ya sos y llevás siglos pintando. Dedicate a pintar que eso es lo tuyo.”
Pedro Portillo iba siempre cargado de leyendas y narraciones, de música, canciones, tarot y jades. Su encanto fascinó a no pocas muchachas de la época quienes hasta hacían peregrinaciones a su casa donde además de admirar su museo, era solicitado en los tirajes del Tarot. La casa de Pedro era como un inmenso caracol en la montaña, llena de máscaras, santos, piezas precolombinas, coloniales, etc. Tenía un San Simón tamaño natural el cual recibía de vez en cuando, la visita de algunos cofrades de Panchimalco. Cierta vez resultó que Pedro tenía una necesidad de unos pesos y fue a “consultar” las ofrendas de San Simón entre las cuales encontró un reluciente billete de cien colones (lo que era buen dinero en aquella época). “Fijate Tavito que vinieron a tomarle fotos a mi casa y cuando quisieron fotografiar a San Simón, la foto salió velada; ¡¡el santo les sopló la cámara!! ¡Ajajajajajajaaa!”
Resonaban las carcajadas de Pedro por todo el Bella Nápoles donde usualmente paraba para tertuliar con los “Antigüeros del Centro” que eran los que comerciaban con antigüedades en los alrededores del Mercado ex-cuartel y quienes le guardaban un gran aprecio. Pedro narraba también que a la dueña del Bella Nápoles, que era muy corpulenta y pasaba sentada en un banco un poco alto, le habían planificado un “atentado” el cual consistía en que Pedrito y sus traviesos amigos contarían un chiste tan bueno que la pobre señora no tendría otra que reirse y perder el equilibrio. Desde luego, esa historia era recompensada con carcajadas de Xibalbá en coro, aunque eso jamás sucedió.
Por los alrededores del Mercado ex-cuartel y siendo una leyenda, también se contaban varias historias de Pedro. Por ejemplo, que en su época de hippie y viviendo en los EEUU de los 60s, hubo un momento en que andaba vestido con sus atuendos de profeta creyéndose una suerte de apóstol. Que viendo esto, su papá se puso a conversar con él frente a la bahía de San Francisco y Pedro le argumentaba que él era una especie de cristo. El papá le dijo señalando hacia la bahía: “Ok, camina sobre el agua pues…”.
Pero la vida de Pedrito no estuvo exenta de milagros; cuando estuvo delicado de salud en 2019, los médicos le habían dicho a Roxana su esposa, que sólo le daban dos semanas de vida. La actitud que tuvo frente a la vida, aun en condiciones de salud extremas, fue siempre positiva. Quizá por ensalmo del amor de Roxana, o sus hijas, Pedro pudo ir más allá de ese terrible pronóstico pues siendo ciudadano de mundos milenarios, no era de esos parámetros terrenales en realidad. Él me contó que durante sus amplios episodios de sedación (pues tuvo que ser intervenido quirúrgicamente) se le aparecieron unos nobles Abuelos mayas, quienes le dijeron que aún no era el tiempo pues quedaban cosas por hacer. Pedrito volvió a pintar, a dibujar, a tocar música y, desde luego, a prodigar amor a sus seres queridos superando en más de dos años lo que los médicos habían calculado.
Hace ya varias décadas que no se le ve a Pedro encaitado por los alrededores del Mercado ex-Cuartel, el Bella Nápoles ya no existe y casi todos los antigüeros ya partieron. También La Luna Casa y Arte, donde Pedrito había instalado su selenita base para sus misteriosas lecturas del tarot, ha mucho que cerró. El mundo de Pedrito Portillo se ha ido desdibujando. Acaso el cerro El Chulo abrió finalmente sus puertas para el pintor, músico y shamán urbano. A lo mejor Pedrito finalmente, y con su sonrisa sin miedo, caminó adentro, donde le esperaba San Roque con su perrito del inframundo que le ayudaría moviendo alegremente su cola, a pasar gozoso, el río que divide este mundo y el más allá. Todo esto no lo sabemos en realidad; sólo tendremos la certeza cuando el Cerro el Chulo se llene de flores.

GUSTAVO PINEDA (1962). Poeta y abogado, asesor de Pueblos Indígenas. Ganó el Certamen de Poesía “Oswaldo Escobar Velado” del centro Universitario de Occidente, Santa Ana, 1990. Seguidor y promotor de la espiritualidad maya. Autor del libro de poesía Códice Coatepec, ilustrado por Pedro Portillo y Renacho Melgar (San Salvador, 2021); y del ensayo El reconocimiento legal de los pueblos indígenas de El Salvador (San Salvador, 2021).