José Roberto Cea: «Linaje del retorno» (poesía)

El poeta que cantó a las comunidades indígenas de Izalco será reconocido este mes con un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de El Salvador.

José Roberto Cea
La Zebra | # 83 | Noviembre 5, 2022

Oración al colibrí sagrado

Tú, punta de lanza. Obsidiana volátil.
No te lleves el brillo de tu vuelo.
Déjalo en el vacío, flotando.

Tú, pequeño pedernal con alas.
Luz que vuela. Alada joya. Pétalo flotante.
Llévame a la región de las estrellas.
Quiero sacar la vida reluciente.

Príncipe de las flores, que desliza canoas
por los ríos de miel llenos de luna,
dame tu vuelo antiguo para viajar la música.
Quiero encender el gozo.

Sobre mágicas plantas. Bajo mágicas plantas.
Tú levantas el nido y agonizas.
Tu presencia es un vuelo.
Un rasgar el ropaje de la brisa.

Tú, rumor y plumas,
dame todo el lugar que necesitas…

Loas a la luz del día

La autoridad del sueño me llega en unas hojas amarillas.
Viene desnuda, pálida, delgada,
casi verdad no dicha
pero ágil.
Con palabras de piedra llena de ojos.
Haciendo voces.
Y el día se desviste, faisán de oro.

Hay demasiada memoria en el camino.
Demasiada memoria.
La sangre no se cansa de esta casa
que se quedó en la puerta.

Aquí,
las pálidas leyendas adquieren lucidez, color.
Aquí,
es donde se reúnen los más fieles espejos.

El egoísmo pierde su relieve
y el Escriba
saca de los augurios su palabra
y la deja pegada en la memoria.

Las hogueras del sol prenden el día
y con frutos extraños y vasijas
se alejan los últimos jirones de tinieblas.

Sale la iguana. Aparece la boa y la tortuga.
El jaguar pone manchas en el día.
El quetzal hace verde la mañana.
El venado se arisca.
Canta el aire en los pájaros.
El tiempo nos entrega otra caricia.

Linaje del retorno

He regresado azul, lleno de niños locos.
La ciudad me recibe sin mirarme.
Vienen de las ventanas palomas de misterio.
Ríos de levedad vienen sonando.
Cada tejado anuncia los espejos:
agua que se detiene y me sonríe.
Las muchachas entornan el saludo.
Alguien grita muriéndose de nada.
El sol, casi león, suelta pelambre de oro.
A mi paso, las calles se detienen;
corren después con huellas olvidadas.
Cada piedra retorna a sus pisadas.
Los espejos se paran a mirarme.
Cantan los atabales escondidos.
     (Jeu de luna perdida y sin mazorca.
     Jeu de nube sin cielo. Jeu de luz y alegría.
     Jeu que sigue siguiendo en el rosario de cuentas.)
En el barrio se agolpan los jardines.
Hay aromas de luz nunca encendida…
Salta de libertad el aire que he vivido.
Loco, en su inocencia, mi corazón
se para y no saluda.
Voz que viene de sangre numerosa
grita para llegar a la ternura:
“¡Miren!, ha llegado el hijo de la Chabe”.
“El cielo me lo envía”, dice abuela.
“Dios te bendiga Padre, Padre Eterno,
el haberme traído a este muchacho”.
Los vecinos, con aire de faisanes,
afirman la verdad que les asiste:
“El niño de la Chabe ha regresado.
El que escribe poemas a los brujos
y llora de alegría. ¡Es un hombre
el muchacho, es un hombre!”

En la casa de todos,
la mañana enciende los tejados.
(Se han ensayado ya, los últimos crepúsculos.)
Ya se han dicho los nombres del presagio.
Han sonado recuerdos y memorias.
Todos los olvidados se detienen…
Lágrimas esperadas, lágrimas que no mojan
aparecen conmigo y me reciben.
He llegado quizá, al borde.
Al principio, no hay duda.
El perdido se encuentra. Ha retornado…

Si te llega una mano con pájaros

Si te llega una mano con pájaros,
recíbela. Esa mano canta.
Ella quiere volar.

Si un pie te llega, hecho perfume, leve,
recíbelo, es jardín que despierta,
y anda acosado.

Desbaratada realidad,
espera que un hombre te acometa
y veremos por dónde nos queda el corazón…

Todo el códice, Madrid, 1960.

Homenaje a tu cuerpo

Sí, en tu cuerpo hallo mi libertad.

En él me realizo y estoy como al inicio de mi vida.

Aquí no hay ascensores, ni teléfonos, ni cremas de afeitar, ni ventanas de dónde tirarse para acabar con todo…

Aquí no hay cigarrillos, ni fuentes de soda, ni cafeterías, ni bares.

Eres más que una tarjeta postal, increíble como un catoblepas y precisamente no nadas en esperma ni eres toda ovarios o tumba.

Eres mejor que un hermoso recuerdo.

En ti se acaba mi neurosis, en tu cuerpo recobro mi principio.

Aquí no hay hambre, ni persecuciones, ni señales de tránsito, ni desgracias, ni policías, ni partidos políticos.

Aquí dejo de ser hombre de letras, no necesito dinero y lo diabólico se va a echar pulgas quién sabe a qué soneto.

Tú ardes por donde las mujeres deben arder
—echamos humo y esta guerra es la única guerra legal y necesaria.

Vuelvo a nacer.

Recobro la inocencia con tu libro abierto
                         y dejo de expresarme
                    como texto de biólogo o de anatomía.

Contigo está la chispa que me enciende. Descubro la riqueza del vivir.

Aquí me aprietas, no existe más lo pornográfico.

Contigo gano el éxtasis, tu ostra me lo da lleno de jugo…

Eres un maquilishuat florecido, un limonero hecho de flores, otro de madrecacao
—útero que me niega la nostalgia— y te estrujo —ignoro al mundo y recobro el misterio.

Eres como una estrella de verdad.

Tú me absorbes y dices cosas que me gusta escuchar cuando vuelvo a mi punto de partida.

Eres como te invento cuando toco esa presencia tuya que me crea.

Te destruyo creándote y las hojas de parra se acabaron.
                    Aquí ya no vendrán con la vergüenza.
                    Aquí se terminaron los reptiles, las manzanas.
                    No hay baba que te alcance ni me alcanza.

Yo no soy yo ni tú eres tú cuando nos deshacemos en la cama.

                    Somos nadie y principio.
                    Somos como la flor de los amates.
                    Somos los ignorados por el mundo.
                    Ojo de agua en su primer hervor.

Aquí no cabe ya la hipocresía —te dejo a la intemperie.

                    Eres más luminosa
y sólo de pensar que habrá unos hijos y de saber también que le
                    ganamos a la guerra.

Eres perpetuo movimiento, revolución constante que me lleva al poder…

Qué sencillo y normal,
una mujer y un hombre se encuentran en el lecho.
                    Hallan sabiduría. La Armonía del ser…

Mester de Picardía, Buenos Aires, 1975.

Parábola

—El finado Evenor —respondió la
Joaquina Telule—
venía hecho tecolote a molestar a la Julia,
hasta que se la llevó.

Ella se fue poniendo pálida
y se la tragó la tierra.

De Evenor sólo queda el recuerdo
de que vendía almas…

Una vez que lo buscaba la policía
no le quedó tiempo
de hacerse invisible o huir.

Cuando los policías entraron a su casa,
vieron un melón
y se lo comieron.

Pocas y buenas, San Salvador, 1986.


Retrato del poeta salvadoreño José Roberto Cea

JOSÉ ROBERTO CEA (El Salvador, 1939). Poeta, narrador e historiador cultural. Su poesía explora el lenguaje, las imágenes y los personajes de las comunidades indígenas de su natal Izalco, sobre todo en su libro Todo el códice (1968). Varios de sus poemas describen a los brujos sin escepticismo alguno, como en “Parábola”, sobre un brujo con la habilidad de transformarse en cualquier cosa, y que aparece en su antología Pocas y buenas (Canoa Editores, San Salvador, 1986).