Una poeta desaparecida en 1989 nos habla de cómo “explotar, con una carga de amor, el vicio aquél que sólo me hacía pensar en mí”.
Claudia María Jovel
La Zebra | # 85 | Enero 1, 2023
Introducción
De entre los poetas salvadoreños del grupo Xibalbá, ninguno aspiró a una sencillez tan pura como lo hizo Claudia María Jovel (1969-1989), de quien sólo se han difundido dos plaquettes: Mitin de grillos y Si no amara (ambos publicados por La Chifurnia, en 2011 y 2015, respectivamente). Es una sencillez deliberada la suya, que buscaba la esencia del decir, y en ese decir tan directo, tan desnudo y franco, Claudia María hallaba la poesía. Sus poemas acarician la belleza del momento fugaz, pero se cierran, casi de inmediato, como pruebas de una vida que se afirmaba plenamente en la convicción revolucionaria que llevó a muchos jóvenes a combatir en la guerrilla en los años 80. Poemas breves, pero nítidamente resueltos como “Ruta” o “Tarde” demuestran el potencial de esta poética que llega a las epifanías de la vida cotidiana con los pies descalzos y de puntillas.
Antes del nacimiento de esa convicción, la poesía adolescente de Claudia María imitaba los modelos bucólicos de los poetas costumbristas. Al unirse a la guerrilla, su poesía adquirió, casi de súbito, su cariz definitivo. Definitivo, hay que decir, porque esa misma convicción fraguó el camino hacia su destino trágico cuando en 1989, a los 20 años, fue torturada y asesinada por sus propios compañeros de combate, acusada falsamente de traición, según revela la nota biográfica de la antología del Taller Literario Xibalbá compilada por Otoniel Guevara Como la hierba (San Salvador, 2015). Aunque este libro fue impreso gracias a un subsidio del Ministerio de Educación, no deja de ser una publicación marginal y de difícil obtención. Me lo entregó Otoniel hace apenas un mes, y me sorprendió descubrir en ella la poesía más madura de Claudia María, de quien sólo conocía sus poemas juveniles. Me chocó, también, aprender que su nombre continúa siendo uno más en las listas de los miles de desaparecidos de este país a quienes se les ha negado la verdad, la justicia o la reparación.
A diferencia de muchas otras personas que nunca han sido encontradas, Claudia María Jovel continúa presente en su poesía, en su palabra que no sólo nos habla, sino que también nos ve, como escribió alguna vez Arquímides Cruz, en estos versos que le dedicó a ella: “Tus ojos te salvan, compañera. / Con ellos subo por las madrugadas el tren de la historia.”
Jorge Ávalos
I. La ternura en el combate
Ruta
Caminábamos por la ruta escogida
seguros de llegar pronto al final.
Nos burlamos hasta del más mísero gusano,
logramos penetrar mil barreras,
descubrimos cielos,
encarcelamos temores,
dejamos plasmados nuestros poemas
en la pupila de la tristeza.
Cantamos, cantamos,
y cantando le pusimos flores a la muerte,
y no nos siguió.
Tarde
Está callada la tarde,
escondiendo quién sabe
cuántos secretos,
tratando desesperadamente
de no dejarnos abandonados
en la obscuridad.
No hay por qué preocuparse.
La noche está de nuestro lado…
Antes
Yo vagaba sola
por cualquier calle,
ambulaba en los cuartos oscuros
de una casa triste, pobre y vieja,
sintiendo únicamente compasión
por una mesa vacía
y un manjar inexistente,
sin saber que podía
hacer explotar,
con una carga de amor,
el vicio aquél
que sólo me hacía pensar en mí.
Si no amara
Si yo no amara
no fuera capaz de retar el viento
que viene en dirección contraria,
no vería en cada nube,
en cada piedra,
en cada flor,
pedacitos de nuestro gran amor.
Tampoco hubiera sentido
que hasta por los poros
lanzas,
como lloviznas mañaneras,
ese polen de ternura
que depositas
en la tierra,
en el cielo,
en las paredes…
Lo que amamos
Amamos
la mañana con olor a paz,
la tarde y su caída de sol,
el surco, la tierra, el machete,
el humo, el martillo, los pies.
La ternura
con que derrotas tu cansancio,
armado de tu manos,
acompañada de las nuestras,
arrastrando
las heridas
que sanarán con la hierba
que crece en nuestros cuerpos.
Locos por siempre
Somos ahora
los más grandes locos del mundo,
aferrados a la esperanza
que los otros
ni siquiera pueden ver.
Somos los
—sí—
herederos de la locura
más bella que existe,
y que con orgullo recibimos
para repartirla siempre.
Denise
Desde aquel día que perdiste la muñeca
y lloraste sin consuelo
comenzaste a jugar, a vivir.
Se enojaron las hojas,
la fuente te negó su agua
y fuiste el pétalo que no se secó.
Hoy guiñas el ojo al invierno,
matas con amor
al duende de los pálidos amaneceres
y no me pides pan,
sino flor.
Al fin la luz empieza a brillar,
y tu sonrisa,
como la brisa a la hora que canta el gallo,
moverá nuestros corazones sedientos;
abriremos la válvula del sentimiento
y se desdoblará el amor,
se escapará el fuego
y no nos sentaremos a esperar la primavera,
sino que…
saldremos a buscarla.
II. Poesía juvenil
Mi poesía
Mi poesía —con esperanza
con amor,
con odio—
busca contribuir con versos
en el caminar seguro de la
historia.
Amaneceres
Cuando el día empieza a nacer,
y el sol ofrece sus primeros rayos,
me gustaría mirar con afán los arroyos,
las lágrimas y el sudor
que lleva muy dentro, en sus entrañas,
la montaña.
Permanecer así, por mucho tiempo,
queriendo olvidar el tormento
para no sentirme tan herida;
envidiar el ave que vuela,
libre en el firmamento,
y gritarle: ¿Por qué?
Y es por esto
por lo que yo me lamento.
Sí… luz divina del día,
luz que alumbra el sendero:
amanece en la tierra mía
para amarte
como la noche al lucero.
Retrato de mi pueblo
Calles soleadas y tristes,
empedradas y con un poco de adoquín;
se oye el cantar de telares,
y las varas de hilo tendidas al sol.
Se escuchan llantos y gritos,
y sonoras carcajadas también,
que encierran en su eco
un grande y silencioso misterio.
Es un pueblo del urdidor,
es el pueblo del tejedor:
él prepara, compone y forma su destino;
aunque lleva en su corazón
tristezas y hambre de verdad.
Su tierra es fértil y bondadosa;
da buena milpa, da buenos hijos,
y podemos sentir su dulce miel
al ver sus abejas forjar su propia historia.
Bajo la sombra de un amate
Un día de brillante sol,
bajo la sombra de un frondoso amate,
conocí la historia de la vida,
y encontré la verdad en este mundo de mentira.
Vi reflejada en un pequeño lugar de la patria
la esperanza viva de un amanecer de paz.
Se pensaba mucho en lo demás:
en el hambre, en el frío, en la tristeza,
en ver el sueño de un pueblo realizado.
Habían miles de preguntas,
unas ni siquiera tenían respuestas.
Sin embargo,
bajo la sombra de un viejo amate,
cuando el sol brilla en todo su esplendor,
la confianza en la vida
era la mayor ilusión.
La tierra te necesita, campesino
No es tu rostro…
es tu mirada fatigada,
son tus manos,
son tus pies.
Caminante emborrachado de ternura
de dureza,
de guerra,
de paz.
Siempre anhelante tu pan
riegas cada mañana la esperanza,
fortaleces tu camino.
La tierra implora tu ayuda campesino,
porque abonas con sudor su destino.