La obra escasa y secreta de un poeta clandestino, nunca olvidado por sus amigos en El Salvador.
Rigoberto Góngora
Introducción de Jorge Ávalos
La Zebra | # 98 | Octubre 14, 2024
I. Introducción
Su nombre parece un seudónimo, pero no lo es. Aunque provenía de la campiña de San Vicente, la poesía de Rigoberto Góngora (1951-1981) es tersamente urbana. Sus afinidades literarias no son inusuales para los años 70: obtiene de los surrealistas su toque de humor, del César Vallejo más grave la expresión tortuosa y de los poetas beat el sentido de improvisación. Su paso fugaz como actor en el Bachillerato de Artes influyó el carácter de sus poemas, que oscilan entre la prosa y el verso porque sus ritmos sincopados buscan representar la voz hablada. Pero su poesía no es ni coloquial ni dialógica, sino que se configura, a la manera teatral, en breves soliloquios, es decir, en monólogos que siguen el trayecto del pensamiento propio, muy libre, pero en voz alta. En efecto, Góngora nos habla de la poesía cuando nos dice: “Estaba lejos ayer del soliloquio”.
Poeta y activista precoz, a los 17 años el “Chele” Góngora fue uno de los miembros fundadores, junto a Luisfelipe Minhero y Roberto Monterrosa, de la Brigada La Masacuata en San Vicente, en 1968, un movimiento político-cultural emergente. El grupo fue violentamente reprimido al organizar una lectura pública en homenaje al Che Guevara. Posteriormente, sus miembros fueron excomunicados de la Iglesia Católica por el obispo de San Vicente, Pedro Arnoldo Aparicio Quintanilla, por considerarlos ideológicamente indeseables. Con un grupo más amplio y diverso, La Masacuata se refundió en San Salvador en 1971.
Góngora migró a San Salvador en 1969 y se estableció con su hermana en Los Planes de Renderos, un área rural al sureste de la capital. Su hermana se parecía tanto a él que suponíamos, equivocadamente, que era su gemela. Fue uno de los primeros intelectuales en incorporarse, junto con el poeta Eduardo Sancho, a las actividades de apoyo de la naciente guerrilla urbana. Participó en actividades clandestinas durante toda la década previa a la guerra, sin dejar de participar en actividades literarias, y entre sus amistades estaban los poetas de izquierda más iconoclastas de esos años: Jaime Suárez Quemain, Alfonso Hernández, Manuel Sorto, Rolando Costa y otros. Integrado a las filas del FMLN en Guazapa, y según la versión oficial, Góngora falleció en combate en 1981, aunque un amigo suyo muy cercano me contó que, en realidad, fue destrozado por una mina.
La poesía de Góngora tuvo una difusión muy limitada en revistas literarias marginales, como en los tres números de La Cebolla Púrpura (1971), que recogió la mayoría de los poemas que se conocen de él. También aparece incluido en la antología 25 poetas jóvenes de El Salvador (1971), que su editor, José Luis Valle, describió como una “amalgama de sueños y ritos”. Manlio Argueta también lo incluye en su antología Poesía de El Salvador (EDUCA, San José, Costa Rica, 1983), de más amplia difusión internacional.
Debido a la ausencia de fuentes fiables, la poesía de Góngora no ha sido correctamente fijada y en muchos casos ha sufrido mutilaciones y alteraciones.* A finales de 1980 él preparaba un libro, titulado, precisamente, Eran los días tristes, pero el estallido de la guerra impidió que se publicara. En la práctica, Góngora favoreció el poema en prosa, y su estilo requería un uso cuidadoso de la gramática que marcara la pauta de una dicción natural. Esto lo llevó a corregir y a revisar sus poemas obsesivamente. Entre sus intereses estaban las artes plásticas, y escribió algunos textos sobre la obra de los artistas emergentes en la década de 1970: Roberto Huezo, Roberto Galicia y Oscar Soles, entre otros.
Las versiones que publicamos a continuación pertenecen a un grupo de poemas que se recogieron en 1981 tras su muerte, y que pasaron a formar parte de un registro de los poetas combatientes (vivos o muertos) durante la guerra civil de El Salvador, y que difundían las organizaciones guerrilleras a través de sus publicaciones internacionales, como las que yo dirigí en San Francisco y Nueva York durante los ochenta. Es el mismo archivo que sirvió de base para algunas de las entradas en la antología Poesía de El Salvador, editada por Manlio Argueta (EDUCA, San José, Costa Rica, 1983) y para el libro On the Front Line: Guerrilla Poems of El Salvador, editado por Claribel Alegria y Darwin J. Flakoll (Curbstone Press, Willimantic, Connecticut, 1989).
* Esta nota la he escrito a partir de mis recuerdos, pues no conozco fuentes bibliográficas con datos sustanciales sobre Góngora o su poesía.
** La fotografía histórica que encabeza esta publicación fue tomada por Roberto Salomón en 1970, y muestra a miembros del grupo La Masacuata. De izquierda a derecha: Eduardo Sancho, Roberto Monterroza, Eduardo Rico, Rigoberto Góngora (destacado en azul), Manuel Sorto y Luisfelipe Minhero. No incluidos en la foto: Alfonso Hernández, Salvador Silis y Mauricio Marquina, más los pintores Roberto Huezo y Roberto Galicia.
Jorge Ávalos

II. Poemas de Rigoberto Góngora
Eran los días tristes de mi mugre
Abrir estas páginas no envilece la piedad del lector que duerme a pierna suelta, con una bomba en la mano.
Nada es oficial en el área en que nos desenvolvemos, todo es algo así como un incendio que quema y purifica los timbálicos metales de la rosa.
Madrugadas tristes como aquella en que mi padre lloró y al día siguiente supo que yo había muerto.
Sonrisas falsas quebraron el pavimento de mi madre y una cosecha de dientes penetraba en el silencio.
Los humos, el humo, el humeante cigarrillo de las moliendas cercanas a mi pueblo dominan a un campesino dormido y comiendo algo así como soles dorados en su espalda.
Rompimiento de bloques que revientan la imaginación y que en un rato de cólera destrozo.
Todo era trastos viejos en el sillón aquel de la esperanza turbada por motivos pueriles, que adolecían de vástagos ingenuos y fetos injertados en la conciencia.
Concavidad craneal la de los perros que duermen acechando el hueso del hartazgo y fenecidos sueños se remolinan en sus alrededores.
Y se creía un héroe aun siendo payaso; le decían el héroe de las risas infantiles de gente añeja y vencida.
Y se creía un hombre arrastrando hasta su cuarto vírgenes húmedas de pan y sexo. Y creía en el poder de los guerrilleros que cortaban caña en los campos de La Habana.
Y un quebradientes creía ser también cada noche de boxeo inesperado, o qué sé yo, un cliente mal pagado que al calor de las copas derramaba lágrimas de versos quemantes en un insospechado movimiento de poeta bastardo.
En fin, era un gran amante.
Amaba las paletas de palitos Foremost para pintar los ojos verdes de su dueña que le hizo creer gran acierto de la burócrata y peluda maledicencia, de la embajada cultural de aquel país chiquito donde vivían las hormigas que picaron muy fuerte, e hicieron derramar la sangre de los muertos que en marzo querían reventar la primavera de aquel año en que los gorilas se hicieron vampiros.
Todos eran bastardos, hasta el sol que desmelechaba sus risas perdidas en el fondo de un barril en el que se destinaban las sobras del ejército.
Todo era temor; aun como la pálida canción de la alegría, o la novena sinfonía de Beethoven.

Para esperar en altamar mis profecías
Para esperar en altamar mis profecías
me embarco en esta noche
que cautivó hasta la estupidez a mis hermanos.
Parto desde el insomnio
después de un show:
flor barata,
alquilada conciencia,
hipocresía.
Retorno a mis indiadas
de pobre cazador de mariposas.
Esquelético espejo de la sangre golpeada,
soy.
Llamarme simplemente “salvaje”
es mi destino.
Creo que habré de despertar con ustedes,
los que se embarcan conmigo.
Y si el cerdo vuelve al fango,
ustedes y yo
volcaremos la
P O E S Í A.
La ortografía de los académicos
Bueno, no necesito enfrentarme
a la ortografía
de los académicos
ni mejorar la cortesía
para escribir cartas como de costumbre.
Aquí destrabamos, al menos,
nuestros prejuicios a solas.
Porque el silencio es un espejo
esperamos salir a caminar y
nos atan las costumbres familiares
―sensiblerías, paja y
otras cosas―, pero,
estoy seguro,
en un momento estallará la
protesta de labios
del calcañal.
Estos barcos esperan,
vagan,
esperan.
El calor nos devuelve la realidad
de una América enferma y
nos decidimos a degenerar
milenariamente este sistema.
Pongámosle los cuernos a la civilización.
Espero al día que se acerque a mi fe,
cuando ya no mire de buen modo
las costumbres supremas.
Espero se comprenda esta manera tan mía
de vociferar y
aguantar por un minuto más el silencio…
Testigo es el agua
Testigo es el agua
de que me gustan las frutas
después del baño,
después de abrasar las espumas de su fuente,
después de oír la risa de los muertos
que reclaman la siesta
en el florido descanso de los árboles.
Orino en el bosque cuando lloran las piedras.
Testigo es el agua
de que ustedes son los infieles
los buscadores de juventud
a los que les gusta jugar sucio
―culebras, autonombrados genios―.
En fin, los dejo.
No sé nada de intrigas.
Nos vemos. Chao. Nos vemos.
Aquí está mi mano
Aquí está mi mano.
Si sirviera para apoyar a los últimos,
si apartara la pistola del hombre,
esta vez daría el grito.
Pero, en fin,
¡estar cansado con la vida
es una buena manera de llorar!
Pero si decimos
l u n a m o r i t e
son ustedes capaces de denunciarme al astronauta,
y él me dará un trompón de esos
que traen piedras del país del barranco.
¡Sí, ustedes! ¡No se hagan!
A ustedes los vi ayer untándose billetes.
Vuestras caras me recordaron
a un animal de raza que tuve en el chiquero.
Estas cosas pasadas viven en el presente,
pero ustedes dicen
que tengo envidia, miento
y escupo la saliva ausente.
Así se pasan la vida discutiendo
por un pedazo de periódico
para caminar de boca en boca
como los chistes colorados.
Seguís mintiendo, me dicen.
Bien, recojo vuestras gracias,
me voy.
Ya nos conocemos.
Testimonio
Las verídicas piernas de un mamey tierno
me hacen cosquillas en el hueco del hambre
cuando mis padres aúllan por el deseo.
Un dedo pinta innumerables puertas de amistad
en los dominios estrictamente prohibidos
a los netamente naturales peces del aire.
Colándose en las entrañas un dolor tremendo
cunde en estos días que tenemos sarna
y nos acostumbramos a rascar las mentiras.
Esta noche tendré que contar las historias
de las hormigas que preñan a esos hombres
que gustan de tristezas. Este será mi testimonio.
Susurro subversivo
Somos una fiera en el camino de los dioses, una réplica al tiempo.
Se tienden nuestras manos huesudas sobre el sexo.
Soñar, y pensar que hizo estragos la píldora de ayer.
Sentémonos, lloremos junto al tiempo las caricias, vaguemos en silencio.
Un ruido susurrante romperá nuestras carnes.
Hagamos el amor, olvidemos anticonceptivos.
Sigamos empujando gotitas en tu vientre, y después mostrarás tú, guerrillera del parto, al hijo combatiente.
Teoría de infancia
Así debiste verme: un enano, calzones lavados
con tirantes;
saludando el bahareque tierno
de la casa donde quedó la sombra
de aquel niño precoz;
nadando en charcos dejados por la lluvia.
¡Ah, locuras!
Al pedigüeño del lugar
el tiro de gracia:
¡pum!
Así me encaramé a la vida: jugando
escondelero;
el hoyo de la güimba;
ladrón librado.
Por eso, cuando me silencian,
quiero robar
el carretón de palo
para seguir soñando
a correr y a volar…
Momentos sin pan y sin dinero
Tomen mi sombra y cobren.
Salgan a caminar por los portales.
Deshagan las últimas gotas de vida en mi silencio.
Desahoguen su lupa de impulsos y
descubran el minuto
ardiente.
Y tú,
desaforada bestia:
diviértete,
duerme en el rebaño y
juega con la hierba.
Después, mucho tiempo después,
despertarás con un grito,
verás que tu espalda se acomoda lentamente
y tumbarás las piedras del sofisma…
sólo entonces hundirás tus dientes…
y cuando lo hayas saboreado todo,
todo,
lo sabrás…
sabrás,
sabrás a pura sangre
que tú eres la bestia.
Los actores caminan
Una manera de decirte adiós,
mi perro vagabundo,
una manera de llorar mirando al cielo,
como si dijeran que la mente
se pudiera meter en el bolsillo.
La desesperación
quiebra cánones,
apariencias,
mitos.
Constantemente estamos en el viaje,
morimos y anclamos.
Aun así nuestro silencio traga historia,
se mete en el rincón más oscuro
a escupir,
orina las flores allí, por ahí,
como quien dice
juguemos una pequeña aventura.
Dicen algunos poseer la verdad,
pero esta no se compara ni se dialoga.
Simplemente los actores caminan
queriendo desquitarse la patada.
Los pantalones vuelan
porque no hubo reloj, desayuno,
golpe de doce ni zope de cena.
Alguien dice: actuamos sólo fuera del escenario.
Cierto.
La piedra duele al mostrarla
y mejor la aventamos,
y escondemos las uñas.
Aullamos, además,
o maullamos, acaso,
pero no somos ni perros ni gatos.
Testimonio del hombre
Decía mi abuelo:
antes los pájaros cantaban
libremente
y el sol alumbraba a las piedras
y mariposas.
Pero de tiempo en tiempo
cambiaron los vientos
y la tierra nuestra se llenó de extraños
que la mearon y pisotearon.
Los animales se escondieron de los intrusos
y buscaron en los montes piedras
para ocultarse de los extranjeros.
Hoy mi padre dice:
¡Ya tenemos
mucho lodo en los ojos
y es justo limpiarlos!
Las piedras empiezan a decir malas palabras.
Los extranjeros tienden a desaparecer.
Luego yo, poeta campesino, digo:
¡Es hora de cortar el viejo lazo
que sostiene la carga
y empezar de nuevo
a vivir en la montaña!
Ahora que las piedras vuelan,
¿dónde están los extranjeros?
Aquel gris humano se reía de su pata coja
Amaneció cansado de la vida.
Vaciló.
Rompió el flácido flaqueo de sus piernas
y empezó a caminar
muy lentamente.
Su dura sombra lloró al ver
su triste esqueleto
y arqueó sus largos y suaves brazos.
Caminó, entonces, con sus labios,
con su lengua,
gritando:
“El tiempo ya no existe”.
Ajustó los ingentes ojos a la sombra
y en el silencio lloró
espesamente.
Hoy,
el antiguo humano
se pierde con sus hojas,
con sus palabras cojas,
con sus mudas congojas
vestidas
con las grises y melancólicas concavidades de la noche.
Nueve y cinco de la noche
Estoy como si tal.
Por dentro, mi voz tiembla.Cobardía de hombre que quiso que le siguieran contando el último capítulo del cuento.
Las tazas de café me alteran.
Zumbo como organillo.
En los libros sitúome tambaleante.
Trato de mantener la rectitud, y exploto.
Los días se alargan y no quiero perecer con la máscara de una discreta sonrisa.
La mágica y ultrasecreta seriedad se la debo a los traumas de mi bigote.
El dominio crece cuando en los ojos aumenta la lectura.
A veces la comida oblígame a arrinconar el despecho.
Por hoy no quiero posición, nombre, ¡nada!
Tengo que regresar al país de donde vengo, el país en el que no creen los honorables mercaderes de la palabra, que comercian hasta con el viento.
En ocasiones silbo, canto y divágome en lugares donde perros y humanos acompañan a mojar la tembladera del diablo.
Es la desesperación en el valle de lo desconocido.
Quisiera ser brujo, mirar con el ojo tercero las otras dimensiones de mi estupidez clara y maligna, la de vivir en el país de los ratones, que de los agujeros saltan con la expresión más simple.
Mi carcomida piel de no humano cruza la humorada del que no regresa al nervio de las rosas extrañas.
En la mañana, donde el gringo habla en reuniones secretas, y yo aullando por no serlo, pero ahí están James Bond, el wiski, la coca cola en cada paso, como si nada, cual si la vida se nos saliera por la gabela, como si dios fuera yanki.
Estaba lejos ayer del soliloquio.
Mis parientes me lo reclaman, me lo echan en cara.
Miro y los olvido.
Marcho cansado de ver que se aprovechan del dolor, oportunamente, del dolor que ríe, así, como agonía en vuelo, del que se desangra, así, como sustancia malévola, del que grita, al fin, como la canción de los malditos.
Para cuando lean y entiendan, Bertila
Es una ironía la vida, hoy que estoy tratando de salvarme el pellejo. Por eso, Bertila, te repito, que estamos metidos en una primavera delirante, y que desde hace muchos inviernos se nos renueva el lodo con un cenicero en la garganta.
Tus ojos color musgo me dicen la necesidad eterna del parto.
Amaneces con rayos en el vientre, calentando la vulva del desayuno.
Por el hambre que tengo me haces comprender a García Márquez, cuando hablas sobre balcones presidenciales donde salen a persignarse las vacas.
Nuestra energía luminosa descascara edificios y máquinas por un alfabeto nuevo con olor a humano.
Sabés que el miedo y la tensión afilan la existencia, nos fruncen las cejas con buena puntería.
Por eso tus ojos dialécticos los comparo con un primero de mayo, y este invierno será para nosotros, como maíz en fermento.
La luna fue babeada por los sapos, pero nos queda como último recurso el sol, vas a ver.
Nuestra sangre brotará ríos sin límite.
La canción desesperada salvará a las putas y escupiremos sobre los hombres perros para matar la peste de la solemnidad, la misma que se ha mamado los años nuestros, que se ha nutrido de lo nuestro.
Por eso conectamos nuestros cuerpos, creando el reino de los cielos aquí en la tierra y como lo dijo Pablo o Saulo, o como quiera que se llame el profeta en medio del retumbo: hay que temer a las muchedumbres enardecidas por el hambre.
* La idea de que un poema pueda ser alterado y mutilado hasta perder su identidad no es una exageración. A manera de ejemplo, muestro imágenes de uno de los poemas de Rigoberto Góngora, “Momentos sin pan y sin dinero”, en dos publicaciones distintas, y que difieren mucho del original, el cual es perfectamente inteligible. En ambos ejemplos a continuación, las erratas y los recortes de versos enteros alteran la continuidad del poema y su significado. Pero lo que me parece verdaderamente perturbador de estos dos ejemplos es que el sinsentido y la interrupción de los versos en estas alteraciones son bastante evidentes, pero en ninguno de estos dos casos los editores de las revistas, Cuadernos Hispanoamericanos o Círculo de Poesía, intervinieron para cuestionar la calidad tan deteriorada de los poemas que publicaban.

Las fuentes de estas dos versiones del poema son:
Mauricio Vallejo Márquez: “La censura y una generación olvidada”. Cuadernos Hispanoamericanos. Nº 744, Madrid, junio 2012, pp. 79-95.
“Poesía y guerrilla en El Salvador: Rigoberto Góngora”. Círculo de Poesía, diciembre 27, 2012. Publicación en línea, consultada el 1 de octubre, 2024: https://circulodepoesia.com/2012/12/poesia-y-guerrilla-en-el-salvador-rigoberto-gongora/


