Ricardo Lindo: «Injurias» (poesía)

El primer poema que habla de manera explícita de lo que significa ser gay en El Salvador, se publicó en mayo de 2004.

Ricardo Lindo
Retrato del autor por Sandro Stivella
La Zebra | #10 | Octubre 27, 2016

Injurias

Descuajan los grandes vientos las ramas de los árboles
y deshacen los nidos aventándolos como briznas,
y son de nuevo briznas y nada.
Así se deshacen los mundos
cuando pasa el viento de Dios.
Cada día es el día del nacimiento
de Dios Nuestro Señor
y cada tarde la tarde de su muerte.
Una mañana nace en una cuna solar,
otra entre vellones de nubes grises.
Una tarde fallece entre fastuosos oros sangrantes,
otra tarde es envuelto por mortajas de lluvia.
Parte sin despedirse,
sin decir: ¡Padre mío!,
sin reclamar por un abandono.
Amargo e injusto.
Pues grande es la justicia de Dios
pero feroz es su crueldad
que, por víctima, escoge sus más queridos hijos.
Feroz es el día del cordero
y anónima su muerte,
y nace en un estercolero
y se va sin memoria y sin lápida.
Muchos son los males del mundo,
pero el peor de todos
es la ausencia del amado amor,
del cual todos los otros se desprenden,
y luchan los humanos contra el amor,
porque le temen.
Grande es el día de las magias,
y el día de la muerte de las magias
dura mucho tiempo,
pero el amor perdura,
y si el amor muere
perdura el ansia del amor que a todos es negado
y a todos arduamente busca.
Y el amor va en las manos que tocan otras manos
y en la graciosa risa que ríe,
y el niño toca el sonajero al alba.
Pero fuera de los muros de la ciudad
son arrojados los leprosos,
y campanillas cuelgan de sus cuellos
para anunciar su paso.
Una mañana,
Ghandi fue a una iglesia en Sudáfrica,
y alguien lo tomó del brazo,
y le pidió que fuese a una iglesia de negros.
Muchas son las iglesias
y una la humanidad,
pero el buen sentimiento y el proceder honrado,
son más que las iglesias.
Pero navegan mucho tiempo los árboles
que antes estuvieron anclados en la tierra,
y muchos puertos ven,
y muchas gentes,
y ven que de distintos modos aman la tierra
las gentes y los puertos,
y de distintos modos odian.
Un día es despreciable ser judío,
y otro día ser negro o palestino,
y el mísero y rico cantante negro
que blanqueó la piel,
es la última víctima, hasta hoy,
de los vendedores de esclavos.
Y no la paz se compra con millones.
La millonaria ofensa infligida a su raza
se inscribió en él, hasta renegarla.
Y el amor,
que viajaba en veleros y volaba en la brisa,
sube a un destartalado autobús
y se refugia en un lupanar,
en un sucio rincón,
junto al trapeador y la oxidada tuerca,
que nadie sabe ya para qué sirvió un día.
Pero se santifica el amor y llega a los altares
con azahares blancos y con brindis,
y con buenos deseos impresos en tarjetas,
y quizás el amor esté ahí pero a veces no está,
y detrás sólo están el dinero y la muerte.
Pues muerte es sacrificio a la vana apariencia,
y negación del sentimiento
que hace temblar la carne de un trémulo deseo
y que arranca del pecho una honda canción.
Corre la ardilla por los hilos del tendido eléctrico,
y apenas entrevemos su sombra veloz
y burbujean las aguas de la piscina del gran hotel,
donde corren las hablas de la tierra
como en babel otrora,
diciendo la sagrada belleza de la vida.
Y no depende el mérito en ser rico o ser pobre
sino en saber usar los bienes recibidos
desde donde la vida nos situó,
con amor y respeto, con fortuna o sin ella.
Igual el mal que en cada uno habita
y el irrespeto por igual se agazapa
en el carretonero o en la digna señora
que en vidas de otros busca
su sal y su pimienta.
Una muchacha alarga con temblor y fervor
su mano hacia los senos de otra bella muchacha
e índices maliciosos apuntan con escarnio,
y el hombre viejo besa al hombre joven
que acepta el don, sonriente,
y secas serpientes se elevan
blandiendo finas lenguas bífidas
y derramando pus y hiel,
y refugiándose en una cruz gazmoña
y en un trapo eclesiástico,
que oculta lo que en ellas apesta como un muerto.
Pues aunque todos digan honrar
la libertad y el amor,
la libertad desdeñan y el amor ofenden,
o el simple y humano deseo
que hace mejor la vida.
Y las viejas serpientes
de la bífida lengua
(y las viejas serpientes
son hombres o mujeres,
y jóvenes o viejos)
descienden de la antigua,
salvaje ley,
que decretó que fueran partidos en rodajas
aquellos cuyo amor otro rumbo tomaba.
Ninguno sin embargo escogió su deseo,
sino la vida en su diversidad
que es rica y misteriosa.
Y dirán que yo digo palabras malsonantes,
pero la disciplina del poema
es a la indisciplina semejante.
Mas sobre todos cae por igual
la luz alada de la luna.
Pasa la brisa,
y para todos alcanza el sol,
y de la blanca arena
surgen los ríos de las aguas doradas,
y el volcán de la milenaria estatura
es ganado en lo alto por un bosque de niebla,
y la campana sumergida del perdido barco
hace sonar al fondo del océano
su enorme campanada sin edad.
Ah verdad de aquel alto
caudal de oros donde una vez fuimos,
y verdad de la luna en la ventana,
y como todo cae en sombras,
en sombras.
Vio así el judío la hoguera como una redención,
y, no soportando más las ofensas,
el homosexual se ahorcó,
y rieron los reidores
con risitas llenas de sobrentendidos,
obscenos y vistiéndose de hipócrita piedad
(y quizás estigmatizaban en otros
lo que en sí mismos no aceptaban,
pues el peor enemigo del amor
no es el odio, sino el temor).
Así se destroza la sencilla paz del alma,
pues nada detuvo a la ciega tribu malvada
que guió la serpiente del jardín,
trazando con su cola,
sobre la yerma tierra,
una invención de futuros infiernos.
No hay paz donde hay ofensa
sin razón ni justicia,
ni libertad si alguien no puede disponer
ni del mínimo espacio de su cuerpo terrestre,
ni santidad que tome la mentira
por base y aun la injuria,
y es abyecto y estúpido ofender al amor
en el nombre de Aquel que llamamos amor.
Ya vagan por los montes de Judea
los fabricantes de la luna nueva,
y al fondo de una cueva helada
está naciendo un Dios
que cada uno escupirá a su turno.
Y nada nuevo digo.
Sólo traigo al presente una antigua lección.

Danza

Viejas damas hipócritas danzaban por los prados
vestidas de encarnadas, áureas sedas y armiños,
con largos, largos mantos de cola de reptil.
Gordas viejas hipócritas,
secas viejas hipócritas danzaban
murmurando entre sí con risitas malévolas,
minimizándome, soltando piedrezuelas a mi paso
y añadiendo con voz fingida de flautín:
“Es que nosotras te queremos tanto”.
Tintineaban sus collares encantadores
con chirridos de goznes de prisión,
sus pelucas fosforescentes flotando al viento,
graznaban cancioncillas con un agrio chillido,
danzando por los prados su delicada danza,
pues sus muchos dineros y alta alcurnia
¿no les permitirían
en las ajenas vidas entrometerse
para soltar graciosos chistecitos ridículos?
Y, pues aquel es gay,
¿no podrían, ellas,
por un ratito al menos,
ser vulgares?
Y por ello danzaban las damas en el prado,
tan delicadas ellas,
tan gentiles.

Espada

Duras son las palabras de mi paz,
porque lata es mi verdad
y en muy rudas montañas mientras callaba
se forjó mi palabra,
oyendo el agrio coro de los sapos abajo.
Por muy ásperos riscos ascendía mi voz,
sostenida, en lo alto,
por la honda promesa
de sabias nubes.
Boreales vientos impulsaban las velas
en las navegaciones de mi sueño,
y una serena estrella fulguraba en la proa.
Muy altos, nobles reinos esperaban mi nombre,
y los más bellos jóvenes se acercaron al puerto,
y dejaron caer sus vestiduras
enseñando sus cuerpos que un crepúsculo de las magias doraba.
Y me dijeron:
“Toma este estandarte,
toma esta espada de luz pura.
Cuando regreses di:
No el amor es culpable.
Ni el roce de dos cuerpos que a sí mismos se conceden
una humana delicia.
Y di aún:
que tan solo el amor justifica cuanto es
y en la luz sólo son el amor y el respeto.
Esta espada de luz quema y bendice.
Deja que ardan la mentira y la argucia,
y la arrogancia vana,
y no temas que llague tu enseñanza
y haga sangrar.
Buena es la piedad,
bueno el perdón,
pero también es buena la justicia
y quien detrae con la lengua ha de pagar.”

El sacrificio

Tú dijiste, serpiente,
con maldad sibilina,
usurpando la voz de Aquel que nos creó:
“Todo goce carnal es lujuria culpable.
Tan solo la procreación lo justifica.”
Mas la gracia de una humana caricia,
la deliciosa fiebre de dos cuerpos que se unen,
regalo son de Aquel que nos creó.
Y aún dijiste:
“Que una mujer se una a otra en un lecho,
que un hombre a otro acaricie,
perverso es, y vicioso”.
Pero eso no es cierto.
Toda forma de amor si con amor se ejerce
está en Dios y es en Dios.
Violencia, violación y abuso de la infancia
son injusticia,
pero no lo es ser gay.
Y se puede ser gay
y vivir una vida espiritual
sin que haya en ello contradicción alguna.
Y aún dijiste con lengua retorcida:
“Quien nace
fuera de matrimonio es un bastardo,
no tiene parte en Dios”.
Pero todo nacido de mujer es un hijo de Dios,
y por eso ordenó que como hermanos
los unos a los otros nos tratásemos.
“Misericordia, no sacrificio quiero”,
dijo el buen Dios.
Bueno es el sacrificio por amor,
mas no lo es en sí mismo el sacrificio,
y a veces es nocivo.
Pero tú hiciste del sacrificio un dogma,
y la estúpida intransigencia de los mortales,
desde lo alto de un púlpito,
diste por santa.

Injurias, La Luna, Casa y Arte.
San Salvador, mayo de 2004.


RICARDO LINDO (San Salvador, 5 de febrero de 1947 – 23 de octubre de 2016). Poeta, narrador y ensayista salvadoreño. Obtuvo un temprano reconocimiento por su poesía, pero alcanzó celebridad con su primer libro de cuentos XXX (Equis equis equis, 1968), que con un imaginario surrealista relataba las aventuras de un agente secreto, “XXX”, el cual muere en cuatro ocasiones distintas. El libro fue seguido de otro libro de cuentos surrealistas, Rara avis in terris (incorrectamente llamado “terra” en su única edición de 1972); el título proviene de la famosa frase satírica de Juvenal (82 después de Cristo) “rara avis in terris nigroque simillima cygno” (“un pájaro raro en la tierra, algo así como un cisne negro”), y que constituye la primera alusión del autor a su condición de hombre diferente, por su orientación homosexual. No fue sino hasta el 2004, con el libro de poesía Injurias, que el autor se declaró públicamente gay y adoptó una actitud de orgullo de su identidad asumida, así como de una actividad militante ante la discriminación. Su poesía está recogida en varios libros: Jardines (ilustrada por Salvador Choussy, tres ediciones: 1981, 1983 y 2016); Las monedas bajo la lluvia (ilustrada por Salvador Choussy, 1985); El señor de la casa del tiempo (Serviprensa, 1988); Morerías de papel (ilustrado por Guillermo Grajeda Mena, Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, 1989); Injurias y otros poemas (ilustrada por Beatriz Alcaine, La Luna, Casa y Arte, 2004); Bello amigo, atardece (Índole Editores, 2010). Es autor de varias novelas, incluyendo Tierra (Dirección de Publicaciones e Impresos, 1996) y Oro, pan y ceniza (Editorial Lis, 2001), y de varios libros de cuentos, incluyendo la antología Arca de los olvidos (Dirección de Publicaciones e Impresos, 1998). También es autor de varios ensayos sobre las artes en El Salvador.