Un implacable cuento breve de la autora de Aliento de cachorro (Índole Editores, San Salvador, 2021).
Patricia Lovos
Arte de Benjamín Cañas
La Zebra | # 89 | Mayo 5, 2023
Esa tarde quise matar a la abuela. Tomé la almohada más blanca y acolchada en un rito justo de iniciación y despedida. La vi ahí, pegada a la cama como un renacuajo consumido por el sol. Su mente era un pozo profundo de resentimientos y su boca una fuente perpetua de inútiles balbuceos.
Raras veces visitaba a mi madre, pero ese último encuentro, a pesar de mi buena voluntad, había sido ciertamente insufrible. La pobre mujer era un manojo de nervios, como un animal herido al que había que tratar con cuidado. La desconocía. Parecía como si su vida girara, únicamente, en torno a la vieja: levantarse todas las mañanas, asearla, cambiarla, alimentarla, lavar sus sábanas llenas de heces y mover su huesudo cuerpo de la cama a la silla y de la silla a la cama, una y otra y otra vez.
No pude más, y en un intermedio entre la limpieza y la comida, decidí darle término a toda la situación. Era mi madre o la anciana, la paz familiar o su vida, y el deseo profundo de no darle más vueltas a un suplicio interminable. Tomé esa almohada blanca entre las manos, hundí mis dedos con fuerza, como se aprieta un trozo de masa para pan, y la acerqué lentamente al borde de su nariz de osa. La boca estaba abierta, apenas respiraba, y sería muy fácil hacer pasar el hecho como muerte natural. Bastaba con presionar por un minuto sobre su cara, que dejara de respirar y que su corazón se parara de repente. Moriría en el sueño como se merecía morir, porque, al fin y al cabo, a pesar de haber rechazado siempre a mi madre, había sido una mujer abnegada.
Lo medité por un rato con la almohada entre las manos, tomé aire y, por fin, me dispuse a hacerlo. Presioné con fuerza sobre su cara tratando de no quebrar la nariz, no quería que en la autopsia hubiera indicios de ahogamiento intencional ni que en el féretro no pudiera lucir su tierna nariz de osa. En ese momento supe que sería definitivo, que ella iba a morir. Me sentí la heroína de mi estirpe, la salvadora de las madres condenadas. La abuela gimió sordamente mientras movía los brazos de arriba a abajo como una polilla siendo aplastada por un niño travieso, y luego recordé sus manos tibias sobre mi cara y su dulce voz ofreciéndome algo de comer. Estaba al borde de las lágrimas, pero ya no podía detenerme. Los chillidos aumentaron y, de pronto, escuché pasos. Alguien se acercaba.
Era mi madre. Retiré la almohada rápidamente y la lancé detrás de la cama.
—¿Qué le pasa a tu abuela? —preguntó mi madre, asustada.
—Está teniendo un ataque, parece que no puede respirar —dije.
Como buena médico, la auxilió rápidamente. La vieja respiraba con dificultad, pero pronto volvería en sí. El pequeño renacuajo se resistía a morir. Mi madre, compasiva, la tomó entre sus brazos. La escena: La Piedad de Miguel Ángel. De fondo: la Lacrimosa del Réquiem. Yo: la espectadora del teatro de la vida, a punto de sorprenderme una vez más.
Al ver mi agitación y la almohada en el piso, mi madre sólo sentenció: —Sos bien valiente, pero de esto me encargo yo.

PATRICIA LOVOS (El Salvador, 1991). Proviene de una familia de tipógrafos e impresores y es hija única de una médica psiquiatra y un padre comerciante. Realizó estudios técnicos en idioma inglés, estudió fotografía y cursó la Licenciatura en Comunicaciones. En literatura, ha recibido cursos y talleres con varias personalidades. En 2019 ganó la primera mención honorífica en los Juegos Florales, con la obra Aliento de cachorro (Índole Editores, San Salvador, 2021). Se ha desempeñado como periodista cultural y actualmente trabaja en el área de las comunicaciones y la gestión cultural.