Jorge Ávalos: «El talismán del brujo» (crítica)

Una reseña del libro de poesía del escritor, abogado y sacerdote maya Gustavo Pineda.

Jorge Ávalos
Arte de Renacho Melgar
La Zebra | # 89 | Mayo 10, 2023

Hay, entre mis recuerdos, una imagen indeleble de Gustavo Pineda a sus 11 años. Una mañana, durante un recreo, vi un círculo de estudiantes gritando en una de las canchas de fútbol del Externado de San José. Los niños recogían piedras y las lanzaban con furia a unos cuantos metros frente a ellos. Cuando llegué hasta el círculo, me di cuenta, para mi horror, que las tiraban en dirección a Gustavo, pero no lo atacaban a él, sino a un sapo del tamaño de un balón de fútbol, de un gris verdoso y con manchas negras, que temblaba asustado entre los gritos y los abusos de los niños. Gustavo estaba detrás, vacilante, con lágrimas en los ojos, mientras esquivaba o recibía las pedradas. Al final, corrió al centro del círculo, tomó al enorme sapo entre sus brazos y lo salvó del miedo.

Digo miedo porque ese arrebato de saña sólo puede ser descrito como un acto irracional de pavor hacia lo desconocido. El terror de los años de la guerra nos enseñó mucho sobre esos miedos que se tornan en actos de la violencia más despiadada.

El hecho de que, con el tiempo, Gustavo se haya convertido en un abogado de derechos humanos no debería sorprendernos. La empatía siempre fue el mayor de sus dones. Lo que no podíamos predecir en nuestros años mozos acerca de ese niño incapaz de tolerar un acto de crueldad es que, al alzarse el espectro de la guerra, esa mezcla de empatía y lealtad, ternura y compromiso, curiosidad y sentido de justicia le forjarían, además, una voz poética tan singular.

Esta vocación literaria nació con el ímpetu de una toma de conciencia de lo indígena: como identidad propia, como un ámbito subterráneo de exploración en el corazón de nuestra historia y como una vía legítima a la plenitud espiritual.

Gustavo Pineda es el único poeta contemporáneo en El Salvador que escribe desde una mística indígena (sin ser él mismo un poeta indígena, que los hay), y lo hace con una convicción y una autenticidad indiscutibles. Abogado, escritor y sacerdote maya, nació en San Salvador en 1962. Ha dedicado la mayor parte de su carrera a la defensa y la promoción de los derechos de los indígenas. En su juventud fue parte de un grupo de folclor latinoamericano, Sinti Tecán, y es intérprete de instrumentos musicales indígenas. En 1990 ganó el Primer Premio en Poesía en el certamen “Oswaldo Escobar Velado” del Centro Universitario de Occidente, Santa Ana, con Templo del Habitante. Estudió espiritualidad maya en Guatemala en 1997 y, en sus propias palabras, celebra “con el Fuego Sagrado” su vocación espiritual, la cual lo “acompaña y apoya desde entonces”.

El Códice Coatepec (La Zebra Libros, 2022) de Gustavo Pineda representa la reconstitución consciente de una voz ancestral por medio de la poesía. En esa voz, el poeta busca protección, e invoca esa voz ancestral; se encuentra a sí mismo, y la evoca; y descubre las armas de su resistencia, y la provoca.

Esta voz invocada, evocada y provocada no es indigenista. No es la asunción de una postura intelectual, un acto de ilusionismo cultural o un disfraz verbal. En la poesía de Pineda, lo indígena es un paradigma, un mundo tan presente y vivo como la realidad material de los objetos, los personajes y los paisajes que colman sus imágenes. Es verdad que sus versos tienen la resonancia universal de los mitos y los símbolos a los que alude, pero en su poesía —para citar un ejemplo— un brujo es un arquetipo y es, también, un ser real, un maestro que el poeta ha conocido durante sus viajes. Sus versos son, a la vez, visión y testimonio:

El brujo sabe
que alguien lo observa
levanta la frente
y ve el gran cuenco lleno de luces
la noche lo escucha.

Levanta su brazo
para tocar el cielo
y su mano, olorosa a tierra
es acariciada por una estrella fugaz.

El Códice Coatepec reúne la poesía de juventud de su autor, escrita a finales de la década de 1980, en plena guerra civil, junto con un poemario escrito 30 años después: La distancia entre dos inviernos. La voz apelativa, testimonial, de los primeros poemas ya posee destellos del lirismo cósmico que contiene el libro más reciente. El aspecto místico, común a las dos etapas de su poesía, no es etéreo, como puede serlo la poesía mística cristiana, que sublima la experiencia religiosa al desprenderse de lo humano en busca de lo divino. En la poética de Gustavo, lo místico sucede al cuestionar la realidad. En ese proceso, la naturaleza le habla y le da un lenguaje para hablar de nuestra relación con el cosmos:

Dedos sin sextantes ni péndulos
moviéndose como la melancólica lama

La primera sección del libro, “Templo del habitante”, ofrece claves a toda su poesía. El primer poema, “Fragmento”, es sobre los habitantes de un tiempo de guerra, huérfanos de la historia que interrogan a los sabios, a las pirámides, al pasado y no hallan respuestas:

Tratamos de unir enloquecidos
infinitos pedazos de barro,
abrimos las tumbas para que nos hablaran los muertos
pero sus palabras se hicieron polvo
Preguntamos entonces a los abuelos
y sus respuestas nos dejaron inquietos
Nosotros, huérfanos
no soportábamos el dolor de esa noche
noche negra, noche hiriente, noche de obsidiana.

Esta búsqueda desesperada los conduce, sin embargo, hacia un hallazgo deslumbrante mientras examinan la textura de una antigua vasija:

Viajamos en la trayectoria serpentiforme
de sus dibujos
hasta topar dedo a dedo con su creador.

El poeta del presente descubre, en una huella en el barro, al alfarero anónimo de su pasado indígena e intuye que ese momento los funde en un espejo de tiempo, la huella impresa contra la huella viva. Este despertar espiritual infunde al poeta de un nuevo poder. En el “Canto de la estela maya” le da voz a la piedra. En “La casa oscura” relata la historia de un prisionero político como si fuese un episodio del Popol Vuh, revelando así un sistema de relaciones invisibles que contiene, también, la clave de su liberación:

Construyeron otra piel
de ladrillos páginas en blanco
para escribir tu confesión
y fue la invasión del tiempo
crepúsculos y auroras ciegas
moluscos de obsidiana

El pecho ya encerraba
una bandada de pericos
y el esperma chocaba en olas
contra las paredes
jade es la melodía
del callo sobre la piedra

Este aprendizaje poético acompañó a Gustavo durante sus primeros años como abogado de derechos humanos, cuando recabar testimonios de familiares, buscar desaparecidos y presenciar la exhumación de víctimas era parte de su labor cotidiana. De esta experiencia surge “Informe (algo de Xibalbá)”, un poema fantasmagórico que se publicó de forma anónima en la revista Taller de Letras de la Universidad Centroamericana, y cuyas imágenes nunca olvidé después de leerlo por primera vez en medio de la guerra:

Una mariposa me contó
cómo le habían cercenado sus alas
y me mostró sus muñones invadidos de hongos

[…]

En horas de la tarde, en un día de la primera mitad
del noveno año de la guerra, se practicó una exhumación
de la que emergieron puños crispados moluscos del silencio
[…]
Dentro de las casas hace tiempo bombardeadas
crecen árboles cuyas sombras van en procesión a sumar la sombra
del árbol del mundo.

Hay desconcierto, rabia contenida e indignación en estos versos alucinantes.

El Códice Coatepec es un talismán. Cada uno de sus poemas es un puñado de palabras que brillan como jades, con esos destellos de coraje que necesitó un niño de 11 años para rescatar a un animalillo indefenso, mientras caminaba bajo una lluvia de piedras.

Gracias, por tanto, amigo brujo.

Antiguo Cuscatlán, marzo 24, 2021.

El Códice Coatepec de Gustavo Pineda. Arte de portada de Pedro Portillo. Ilustraciones interiores de Portillo y de Renacho Melgar. Zebra Libros, San Salvador, 2022.

JORGE ÁVALOS (1964). Escritor y fotógrafo salvadoreño, editor de la revista La Zebra. Como cuentista ha ganado los dos premios centroamericanos de literatura: el Rogelio Sinán de Panamá, por La ciudad del deseo (2004), y el Monteforte Toledo de Guatemala, por El secreto del ángel (2012). En 2009 recibió el Premio Ovación de Teatro por su obra La balada de Jimmy Rosa. En 2015 estrenó La canción de nuestros días, por la que Teatro Zebra recibió el Premio Ovación 2014. Su obra narrativa aparece en varias antologías de cuento, incluyendo: Puertos abiertos, editada por Sergio Ramírez (Fondo de Cultura Económica, México, 2012); y Universos Breves, editada por Francisca Noguerol (Instituto Cervantes y Editorial Cobogó, Brasil, 2023). En El Salvador ha ganado cinco premios nacionales de literatura en el sistema de Juegos Florales, en las ramas de cuento, ensayo y teatro.

Arte: “El cuarto jaguar, Iqui Balam”, por Renacho Melgar, una de las ilustraciones contenidas en el libro.