Un encuentro inesperado e iluminador con el legendario poeta uruguayo Mario Benedetti.
Carlos E. Santos
La Zebra | # 89 | Mayo 10, 2023
A Mario Benedetti
El periódico trajo la noticia en primera plana: Mario Benedetti había fallecido y recordé que él mismo había escrito en un poema: “Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”. Mario Benedetti, el poeta comprometido, el escritor que a pesar de haber sido tentado como cristo prefirió vivir para siempre —más allá de la muerte— con dignidad, él sabía cómo pelear contra ese demonio de la ambición, la avaricia y la desesperanza.
La noticia me recordó las circunstancias poco agradables en que conocí a Benedetti, en el verano de 1999, en Madrid. Una editorial española lo invitó a que presentara un libro de cuentos de varios narradores hispanoamericanos, y que inaugurara el segundo congreso de nuevos narradores americanos. El día de la presentación del libro me lo encontré en las escaleras del centro de convenciones de Casa de América. Iba acompañado de dos preciosas mujeres, cada una lo llevaba de un brazo. Benedetti parecía un pavo real, un dandi más que la leyenda poética que todos admiramos.
El poeta pasó de largo. Me sentí cohibido y no me atreví a saludarlo. Minutos después lamenté el no poder establecer conversación con el maestro.
El evento dio inicio y Mario Benedetti fue invitado a presentar el libro. Los aplausos llenaron el espacio. Benedetti caminaba con parsimonia, llegó al podium y empezó a leer un pequeño discurso, una protesta elaborada con anticipación contra los nuevos narradores americanos. Nos acusaba de ser hijos de la desesperanza, nos dijo que no comprendía cómo nuestras narraciones carecían de épica, que no importaba que en ese momento la utopía parecía derrotada, qué nosotros teníamos el deber de narrar nuevas epopeyas, que él no comprendía nuestra ceguera generacional, qué no sólo bastaba escribir bien, sino comprometerse.
La mayoría de escritores ofendidos abandonaron la sala. El escritor Argentino Federico Andahazi lo interrumpió y le pidió que le definiera la palabra épica. Benedetti se puso más furioso y le dijo que fuera a estudiar gramática. Me quedé anonadado. Más que la presentación del libro fue un reclamo, un regaño mal infundado: yo había leído la mayoría de cuentos que conforman la compilación y casi todas las narraciones mantenían un vínculo con la sociedad, cuestionando su entorno. En un momento de enojo quise preguntarle si realmente había leído los cuentos, pero debido al estado irritable del maestro preferí abandonar la sala.
Mientras caminaba por las calles de Madrid, la figura del escritor que desde adolescente llevaba en la cabeza como ideal literario y revolucionario cambió de golpe.
—Este es un viejo verde, cascarrabias y egoísta— pensé a manera de consuelo.
Al día siguiente el congreso sirvió para que un grupo de escritores de derecha arremetieran contra Benedetti, lo tildaron de comunista ortodoxo, de escritor de panfletos, etc.
Una semana duró el congreso, Benedetti fue el tema entre bambalinas. A la mayoría de escritores nos perturbó su discurso, pero continuamos con el programa establecido por los organizadores.
Para el cierre de la actividad, la escritora y poeta Claribel Alegría llegó a saludarme y a invitarme a la lectura de poemas de César Vallejo, que ella estaría realizando el día siguiente en la misma sala de convenciones de Casa de América.
Asistí encantado, Claribel era una de mis poetas preferidas, cuando llegué a la sala del evento la sorpresa fue encontrar que ella y Mario Benedetti serían los encargados de la lectura del poeta vallejo.
Me quedé a la lectura porque le había prometido a Claribel estar presente. Al finalizar la actividad fui a saludarla, hablamos ligeramente sobre la literatura joven salvadoreña en el exilio, sobre algunos poetas y escritores conocidos, luego Claribel dijo que me presentaría con Mario Benedetti. El poeta se encontraba firmando autógrafos a un grupo numeroso de admiradores. Cuando el maestro estuvo libre, Claribel le explicó que yo era el joven escritor que representaba a El Salvador en el congreso de nuevos narradores, y que uno de mis cuentos aparecía en el libro de compilación de relatos que él presentó. Benedetti me vio de reojo, después me extendió la mano.
—Todavía estoy pensando en encontrar la épica para escribirla— le dije a manera de broma.
—Te voy a dar una —me replicó, serio—: “La dignidad”, trata de ser siempre digno y no venderte al mejor postor. Cuando yo les dije que buscaran épicas que narrar, me refería a vivirlas también. De nada hubiera servido alabarlos, decir que me encontraba frente a un grupo de escritores con talento y engordarles el alma. Por eso preferí darles una sacudida y que pensaran sobre el futuro, el nuevo futuro que puede ser tentador si uno se desliga de las utopías, de la esperanza y del pueblo al que pertenece.
Guardé silencio, el poeta me alargó un libro con dedicatoria: “Para El Salvador y sus hijos”. Le pedí que nos tomáramos una foto y con gusto accedió. Años después el libro fue a parar a manos de algún amigo que nunca me lo regresó, de ese encuentro sólo conservo esa fotografía y una manera segura y diferente de buscar más épicas, viviendo en ellas, e identificando al demonio de la avaricia, el diablo del dinero que puede comprar escritores, pero no destruir esas epopeyas por las que muchos, como Mario Benedetti, siguen viviendo, siguen soñando.

CARLOS E. SANTOS (El Salvador, 1966) es un escritor prolífico que actualmente reside en Canadá. Ha fundado y dirigido diferentes grupos de teatro, talleres literarios y de cine. Estudió Artes Escénicas en el Centro Nacional de Artes de El Salvador y Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de México; Derechos Humanos en las universidades de York, Inglaterra y Columbia, en New York. Ganador de certámenes nacionales e internacionales de narrativa y dramaturgia, su obra ha sido publicada en Inglaterra, México, España, El Salvador y Canadá, lugares en donde ha residido. El libro al que se hace referencia en la crónica es la antología Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999), en la que aparece un cuento de Santos.